jueves, 29 de agosto de 2013

Cien años de fotografías y atentados: La sirenita celebra su aniversario como símbolo de Copenhague. Su cuerpo ha narrado también el conflicto político

Esta pequeña mujer de 1,25 metros y 175 kilos de peso ha llegado a su 100 cumpleaños después de diversos atentados y apaleos: le colocaron explosivos, le cortaron la cabeza en varias ocasiones—y en una de ellas los vándalos, arrepentidos, se la devolvieron—, le amputaron el brazo, la han teñido de pinturas y la han arrojado al mar. El cuerpo de La sirenita o La pequeña señora del mar de Copenhague ha tomado el pulso de los debates políticos —un grupo feminista reivindicó la decapitación de 1998— y del incremento del racismo en Dinamarca en la década en la que gobernaron los liberal-conservadores con el ultraderechista Partido Popular Danés de Pia Kjaersgaard a la cabeza. No solo la han ataviado con camisetas de fútbol o con un bikini pintado por estudiantes en 1961. Un burka cubrió su cuerpo de bronce en 2004 como protesta contra la adhesión de Turquía a la Unión Europea, y también ha tenido que soportar el peso de una túnica blanca del Ku Klux Klan.
Ahora la sirenita es el monumento más fotografiado de su país, con un millón de visitas anuales, pero los daneses siguen conservando por ella un sentimiento tibio. Un 23 de agosto de 1913 comenzó oficialmente la existencia de esta estatua inspirada en el popular cuento de Hans Christian Andersen de 1837 cuyo personaje también pagó un alto precio en sus propias carnes por vivir entre los seres humanos: el dolor al caminar y quedarse sin voz, sin ese canto que según la mitología griega sirve para atraer a los marineros, por el amor de un príncipe. Y no solo en el cuento tuvo que competir con otra mujer: una sirena expresionista que situaron a unos cientos de metros de la escultura quiso robar la atención de los turistas hace unos años. En 2010 abandonó por única vez su vigilancia del puerto para ser trasladada al pabellón danés de la Exposición Universal de Shangai.
Para la celebración de su centenario, un centenar de nadadoras se echaron al mar y compusieron un “cien”. Exposiciones, fuegos artificiales, la representación del musical ruso que lleva su nombre y una actuación de la bailarina danesa-española Selene Múñoz... La concejal de Cultura del Ayuntamiento de Copenhague Pia Allerlev ha comparado la importancia que la escultura tiene para Copenhague con la de la torre Eiffel y la estatua de la Libertad.
La estatua fue donada por el cervecero Carl Jacobsen que se la encargó al escultor Edvard Eriksen tras haberse quedado prendado del personaje al ver una representación de ballet en el Teatro Real de Copenhague. Pero la intérprete, la bailarina Ellen Price, se negó a posar desnuda para el artista y finalmente solo su cabeza sirvió de inspiración. El resto del cuerpo que ahora se enclava en una roca de la bahía de la capital danesa en el puerto de Langelinie y junto a la fortaleza de Kastellet Eriksen lo esculpió teniendo a su mujer como modelo.
Hans Christian Andersen nació en Odense en una familia humilde lastrada por el alcoholismo y la locura, hijo de un zapatero que solo reía al leer y de una lavandera muy religiosa. Este muchacho de aspecto lánguido tuvo que soportar el desprecio de los poderosos. Solo un botón de muestra: el día de su confirmación el párroco le hizo sentarse al fondo de la iglesia porque era el más pobre. Cuando se mudó a la capital danesa a la edad de 14 años apenas sabía leer ni escribir. Y después todo fue cambiando para él y pudo viajar a no menos de treinta destinos, acompañado siempre de una maleta con una soga, por si tuviera que saltar por la ventana en caso de incendio. Quizá uno de los desplazamientos más felices fue la visita que le hizo a su admirado Charles Dickens, en cuya casa permaneció más de un mes, para desesperación, eso sí, de los familiares del autor de Oliver Twist.
Andersen está en el olimpo de los autores de cuentos para niños que en realidad tienen mucho de para adultos. La reina de las nieves, El soldadito de plomo, La pequeña cerillera, El patito feo, El traje nuevo del emperador... están inspirados en leyendas populares, en las historias que el autor escuchaba de sus familiares y en aquellas que recogió en el asilo en el que su abuela trabajaba y donde él pasó muchas horas. Andersen se hizo célebre por sus cuentos, a pesar de su rebeldía hacia este hecho: los consideraba de menor calidad a sus novelas, obras teatrales y poemas, una tontería. Desde hace cien años una estatua menuda en Copenhague también corrobora que estaba equivocado.

lunes, 26 de agosto de 2013

José Luis Sampedro:Bibliotecas

  ARTÍCULO DE PRIMERA NECESIDAD por José Luis Sampedro. Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus “clientes” éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y veces también ellas quedaban prendadas. Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos.Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro. Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir –eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo. Me quedo confuso y no entiendo nada.En la vida corriente el que paga una suma es porque:a) obtiene algo a cambio b) es objeto de una sanción.Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura? Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación? ¿Acaso dejaron de cobrar por el libro vendido? ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas? ¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos?Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra. Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña..

viernes, 23 de agosto de 2013

No leeré más ‘e-mails’

EJERCICIO: IMAGINAR EL EMAIL AL QUE RESPONDE VILA-MATAS O BIEN ESCRIBIR LA RESPUESTA AL EMAIL DE VILA-MATAS.

http://cultura.elpais.com/cultura/2013/08/22/actualidad/1377189272_128104.html

Eric Satie no abría nunca las cartas que recibía, pero las contestaba todas. Miraba quién era el remitente y le escribía una respuesta. Cuando murió, encontraron todas las cartas por abrir, y algunos amigos se lo tomaron a mal. Sin embargo, no era para enfadarse. Cuando publicaron las cartas juntamente con sus respuestas, el resultado fue muy interesante. “Esa correspondencia es fantástica porque todos ahí hablan de cosas distintas y, por supuesto, esa es la esencia del diálogo”, comentó Ricardo Piglia.
Este verano me embarqué en el veleroZacapa, un Frers Dorado 36, bautizado con nombre de ron por el color de su madera. Dos expertos navegantes —uno es publicista y dueño del barco y el otro es un escritor amigo— me permitieron subir a bordo en el puerto de Marsella, la ciudad donde con gran vorágin
Debo decir que en ningún momento me obligaron a colaborar en los trabajos del Zacapa, aunque, al parecer, viendo que no arrimaba el hombro para nada y solo me limitaba a espiar sus diálogos en alta mar, hubo momentos en que los dos sintieron deseos de tirarme por la borda.
Finalmente, me dejaron en un hotelito en la bahía de Nora, al sur de Cerdeña, junto las ruinas del poblado fenicio de Pula. Llevo aquí cinco días entre la playa y la piscina y la visita obsesiva a las ruinas, que son sin duda lo más interesante de los alrededores.
El wifi del hotel ha funcionado de forma tan irregular que me ha desquiciado. Como venganza, pero también como juego de despedida y guiño a Satie, voy a homenajear hoy a la verdadera esencia de todo diálogo respondiendo e-mails que me han llegado durante las vacaciones y que no he leído ni pienso leer.
Al e-mail 1 (un gran amigo) le he respondido que no somos tan cabrones y que la prueba está en que algunos figurones literarios deben más de uno de sus éxitos a que nos ha dado apuro parecer envidiosos.
Al e-mail 2 (sospecho que un entrevistador) le he respondido que hay una escritora, Elisabeth Robinson, que a la cuestión de si es autobiográfica o no su obra narrativa siempre contesta: “Sí, el diecisiete por ciento. Siguiente pregunta, por favor”.
Al e-mail 3 le he recomendado no leer a los que tratan de imponer algún tipo de escritura excluyendo a las demás, porque es de mendrugos no defender que han de existir múltiples formas de literatura, tantas como formas de vida.
Al e-mail 4 (el entrenador del Bayern) le he escrito diciéndole que los críticos presumidos sólo mejoran cuando están morenos.
Al e-mail 5 le he confiado que en Marsella soñé todo el rato que encontraba en la calle balas sin detonar.
Al e-mail 6 (editor en crisis que solo ha defendido intereses comerciales y nunca intelectuales) le he insinuado que en la adversidad conviene muchas veces tomar por fin un camino atrevido.
Al e-mail 7 le he dicho que me habría gustado refugiarme un año entero en París o en Nueva York y huir de los capullos de mi tierra, pero ya es tarde para todo.
Al e-mail 8 (remitente de naturaleza envidiosa) le he contado que no iba a tardar nada yo en untar de mantequilla una tostada.
Al e-mail 9 le he dicho que la verdad tiene la estructura de la ficción.
Al e-mail 10 le he explicado que no me molestaría conocer Abu Dabi si pudiera volver el mismo día.
Al e-mail 11 le he dicho que entre mis autores preferidos están David Markson y Flann O’Brien, y todos los autores preferidos por Markson y O’Brien, y todos los autores que estos, a su vez, preferían.
Al e-mail 12 le he escrito como si le estuviera enviando una carta postal: De vacaciones en Cerdeña. Ruinas y luna llena. Comida espectacular. Me he negado a hacer amigos. Abrazos.
Al e-mail 13 le he contado que me he cansado ya de esperar, de emprender, de lograr, de abrochar y desabrochar, de perseverar, de insistir.
Al e-mail 14 (un escritor principiante) le he dicho que no leo nada por miedo a encontrar cosas que estén bien.
Al e-mail 15 le he explicado que he podido confirmar que es cierto que cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti.
Al e-mail 16 le he contado que la mayor discusión de mi vida la tuve en Soria y duró dos días y llegó a ser violenta: discutí sobre cómo se pronunciaba Robert Mitchum.
Al e-mail 17 le he confirmado que Norma Jean Baker se mató.
Al e-mail 18 le he recordado que todo permanece pero cambia, pues lo de siempre se repite mortal en lo nuevo, que pasa rapidísimo.
Cuando iba a cerrar el ordenador, ha entrado desde Marsella in extremisel e-mail 19, al que he contestado que no voy a pagarle mi deuda y que lo siento pero voy con prisas, porque salgo de inmediato hacia las ruinas de Pula, donde —ya sabrá disculparme— lo he dispuesto todo para esta noche suicidarme.
Tal vez me envíe otro correo. Da igual. Entiéndaseme, es algo serio y yo sé que definitivo: no leeré más e-mails.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Decálogo para escribir novelas (La novela negra está de luto)


Elmore Leonard, autor de medio centenar de novelas de género, ha fallecido a los 87 años en un suburbio de Detroit, ciudad que hacía unas semanas proclamaba oficialmente su decrepitud, declarándose en bancarrota, y donde el escritor había pasado la mayor parte de su vida. Leonard había nacido en 1925 en otra ciudad cuya decrepitud intrínseca es también beneficiosa para la imaginación, Nueva Orleans, y llevaba 60 años publicando novelas a razón de una por año, con la mera excusa de que “le resultaba divertido hacerlo”. Su idea de literatura no podía estar más clara.

Harto de que lo atosigaran con preguntas que explicaran la clave de su éxito, en 2001 redactó un decálogo que no tiene desperdicio. “Bajo ningún concepto empiece una novela hablando del tiempo que hace”. “Nada de prólogos”. “Evite las descripciones detalladas de cosas, personajes o lugares”. En esencia, la poética del novelista se puede resumir en dos normas: “No escribir lo que se suele saltar el lector” y sobre todo: “Si suena a literatura, olvídelo, no sirve”.

Esa naturalidad hacía saltar por los aires las distinciones entre “alta” y “baja” literatura. Escritores como Martin Amis, Saul Bellow, Barry Gifford o Raymond Carver coincidían en proclamar la maestría de Elmore Leonard con lectores que jamás les habían leído ni pensaban hacerlo. Stephen King, por traer a colación a un escritor de una estirpe muy distinta, estaba totalmente de acuerdo.

Empezó escribiendo cuentos y novelas del Oeste, en la década de los cincuenta. La primera, una narración de media distancia titulada El agente apache, la vendió por 90 dólares a la revista Argosy, que enseguida vio en él a un maestro en ciernes del género. Una de las últimas, Hombre (1961), fue elegida por los especialistas como uno de los mejores westerns de todos los tiempos. Su método para inspirarse, según confesó en una entrevista, consistía en sumergirse hipnóticamente en la lectura de una publicación titulada Autopistas de Arizona. Donde los demás no veían más que paisajes áridos, Elmore atisbaba un filón inagotable de historias, todas pobladas de personajes nítidamente definidos.

Cuando los westerns empezaron a perder el favor del público, Leonard se pasó a la ficción criminal. Su primera novela negra, The Big Bounce, fue rechazada por un total de 84 editoriales y varias productoras cinematográficas. Acabó siendo un best seller del que se hicieron dos versiones fílmicas. En sus nuevas ficciones, el desierto fue sustituido por una sucesión de enclaves urbanos. Los nuevos escenarios eran lugares como Detroit y Nueva Orleans, Miami, San Juan o Atlantic City. Tan importante como el trasfondo urbano, una galería de personajes que tenían en común su desprecio por la ley y las buenas costumbres, por quienes el novelista sentía particular debilidad.

En cuanto al estilo, en conformidad con su decálogo de la buena escritura, era prioritaria la escalofriante desnudez de la prosa, técnica que aprendió de Hemingway, a quien sin embargo achacaba un grave defecto: su falta de sentido del humor, fallo que el discípulo supo mantener a raya. En segundo lugar, el dominio del diálogo: la manera de hablar de sus personajes es real. Las páginas de Elmore Leonard destacan por sus cualidades sensoriales auditivas, tanto como visuales. Otro truco: imitar no a los nombres encasillados en el género negro, sino a autores de la estirpe de John Steinbeck y John O’Hara, por señalar dos influencias muy cercanas. Eso explica que Martin Amis dijera en una ocasión que al lado de la suya, la prosa de Chandler resultaba torpe.

La obra de Leonard parecía nacida más para la pantalla, grande o pequeña, que para la página. Aparte de las adaptaciones televisivas, una veintena de títulos de Elmore Leonard, entre relatos y novelas, fueron trasladados con gran éxito al cine. Pocos escritores pueden alardear de un reparto de actores encargados de dar vida a sus personajes de papel como el suyo: Paul Newman, en Hombre; Charles Bronson, en Mister Majestyk; Burt Lancaster, en Que viene Valdez; Burt Reynolds, en Stick; Alan Alda, en La guerra de los contrabandistas; Pam Grier, en Jackie Brown; George Clooney y Jennifer López, en Una relación muy peligrosa; Peter Falk, enPronto; Mickey Rourke, en Killshot; John Travolta, en Cómo conquistar Hollywood, y Glenn Ford y Russell Crowe, en dos versiones diferentes deYuma (separadas entre sí por una distancia de 50 años). La muerte de Elmore Leonard deja una larga huella de tristeza, uniendo en un sentimiento difícil de explicar a escritores y lectores que en principio a nadie se le hubiera ocurrido aunar.