sábado, 29 de junio de 2013

Usted puede ser un narciso

Usted puede ser un narciso

Neurólogos de Berlín asocian el trastorno egótico al déficit de neuronas en el cerebro emocional

 Madrid 28 JUN 2013 - 22:02 CET
Usted puede ser un narciso. La frase acertará con uno de cada 100 lectores, porque esa es la proporción de la población que muestra ese fastidioso rasgo de carácter. O mejor, que sufre ese trastorno de la personalidad (NPD, por Narcissistic Personality Disorder). Y de ser así lo más probable es que tenga usted un marcador físico identificable por cualquier neurólogo: una reducción de la materia gris en una parte de su cerebro llamada ínsula y que es esencial para la empatía, o identificación con el otro. El único otro con el que sería usted capaz de identificarse sería usted mismo. Con su propio mecanismo.
Los narcisistas habrán existido desde que surgió la especie humana hace 100.000 años, pero solo llevan ese nombre desde que se lo puso el médico y activista británico Havelock Ellis (1859-1939), cuya obra mayor, Estudios sobre la psicología del sexo, se publicó en siete volúmenes a lo largo de 30 años y fue censurada con saña por la ortodoxia victoriana de la época. El nombre, naturalmente, remite al mito griego de Narciso, el tipo que acabó muriendo ahogado de tanto mirar su reflejo en el agua.
El psiquiatra Stefan Röpke y sus colegas de los departamentos de psicología clínica, neurociencia afectiva, neuroimagen y psiquiatría de la Universidad Libre de Berlín, presentan sólidas evidencias en el Journal of Psychiatric Research de que los narcisistas —o pacientes de trastorno de la personalidad narcisista (NPD), por emplear el término técnico— muestran una reducción de la materia gris en la ínsula y otras zonas relacionadas del córtex cerebral, la sede de la mente humana.
El narcisista se caracteriza por “muestras ubicuas de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía”, según la definición estándar de la Asociación Americana de Psiquiatría. Es una persona absorta en sí misma, convencida de su propia importancia más allá de toda duda razonable y con una necesidad patológica —literalmente— de recibir muestras de admiración y toda clase de atenciones de los demás. ¿Ya siente usted sudores fríos?
Röpke y sus colegas han estudiado a 17 pacientes (12 hombres y 5 mujeres) que habían sido previamente diagnosticados de trastorno de la personalidad narcisista, y también a 17 personas del montón con la misma distribución de sexos, edades y niveles socioculturales que les han servido como control. Su principal conclusión: “Aportamos aquí la primera evidencia empírica de anormalidades estructurales en los cerebros de los pacientes con trastorno de la personalidad narcisista”.
La ínsula es una región del córtex (o corteza) cerebral, la capa más exterior de nuestro cerebro, y la que se pliega en surcos y convoluciones para hacer sitio a nuestras grandes demandas cognitivas. Si estuviera extendido mediría lo que una de esas servilletas grandes de los restaurantes de tres dígitos, y no tendría mucho más espesor.La ínsula está precisamente enterrada en el puro fondo del surco más profundo del cerebro, la cisura de Silvio (o surco lateral), que siempre muestran los dibujos del cerebro. Es el límite posterior del lóbulo frontal, la parte de este órgano que más ha crecido durante la evolución de los homínidos: las redes neuronales que nos hacen humanos. Por estudios anteriores se sabe que la ínsula está implicada en la consciencia —y en la autoconsciencia, que viene a ser la capacidad de reconocerse en un espejo—, la percepción, la cognición y la experiencia interpersonal. Eso incluye la empatía, o facultad de identificarse con el otro, de ponerse en su pellejo.JAVIER SAMPEDRO Madrid 28 JUN 2013 - 22:02 CET

jueves, 20 de junio de 2013

El gobierno de los eufemismos

El gobierno de los eufemismos

Dina Bousselham Responsable del polo socio-politico del “Cercle des Jeunes Democrates du Maroc – Section Paris”
nuevatribuna.es | 07 Enero 2013 - 16:35 h.
Nos ha tocado vivir en la era de los eufemismos. El lenguaje no sólo hace posible nombrar las cosas y hablar de ellas, sino que hace que ellas sucedan, y por tanto: crea realidades.
Cualquier persona que haya estudiado ciencias políticas, comunicación o psicología entre otras, sabe el poder que ejerce el lenguaje, y en nuestra época gracias a la facilidades de la tecnología, la información es más peligrosa e influyente que en cualquier periodo histórico anterior. Así pues, en un mundo dominado por la masificación de los medios de comunicación, la palabras se han convertido en un instrumento al servicio de intereses políticos y económicos, moldeando nuestras percepciones según convenga. Ya lo dijeron autores tan importantes como Bourdieu (¿qué significa hablar?), Lakoff (no pienses en un elefante) o Klempeler (la lengua del III Reich). El politically correct norteamericano no es más que una manifestación de un hecho universal, de una nueva globalización: el uso del eufemismo como modo normal de lenguaje político-social, por tanto, de texto periodístico. Si añadimos que nunca como hoy se ha visto matizado y super dividido el eufemismo, podemos llegar a la conclusión de que vivimos en la feria de los eufemismos: nos rodean, nos empapan, nos divierten, nos irritan.
Ejemplos de eufemismos en la actualidad hay muchísimos: A los asesinatos que se producen en Oriente Medio a diario los llamamos "daños colaterales"(acuérdense de Bush hijo). Las guerras son "intervenciones militares", un hombre que mata a 25 personas es un enfermo mental, si ese hombre es de confesión musulmana se le llama terrorista. Al estancamiento de la economía le llaman "crecimiento cero" o los más descarados lo llaman “crecimiento negativo”, que por cierto es una contradicción en toda regla. A la criminalidad la denominan “inseguridad ciudadana”. Dejar a la calle a 100 familias es una "racionalización del personal". Las torturas ahora son "medios de persuasión" y la represión policial en manifestaciones se le llama "dispersar a los manifestantes restableciendo el orden". Con “reajuste de tarifas” esconden subidas de precios. Detrás del rescate, y de las inyecciones de capital se esconden intereses de unos frente a otros (en este caso a costa de otros). Al beneficio del empresario se le denomina “excedente empresarial”, al dinero negro “activo negro”, a la amnistía fiscal “gravamen de activos ocultos”, y a la bajada de sueldos “una devaluación competitiva de los salarios”. Detrás de regular la economía está recorta, o como lo llaman ellos: medidas de consolidación fiscal. Y al lado de recortar, no nos hablan de privatizar. Y con privatizar nos intentan convencer de que es una reorganización funcional de los servicios públicos cuyo objetivo es mejorar su calidad y eficiencia. La lista de ejemplos es muy amplia...
Así, distintos grupos de poder luchan día a día para imponernos cierta interpretación de la realidad afín a sus objetivos. Y, para lograrlo, intentan que pensemos en los temas que les interesan con las palabras que a ellos les conviene, ya sea por lo crudas y directas, o bien porque ocultan, vacían o atenúan su real significado.
Vivimos tiempos de camuflaje y maquillaje verbal. Es el deber de todos evitar que se banalice un lenguaje dominado por eufemismos, cuyo fin es manipular la realidad. Necesitamos saber para decidir bien, por eso necesitamos honradez profesional, veracidad y pluralidad. La información es un derecho, por ello ya va siendo hora de empezar a llamar a cada cosa por su nombre y acabar con el gobierno de los eufemismos.

domingo, 16 de junio de 2013

Alejandra Pizarnik


Alejandra Pizarnik


"Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón.
Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos".

Crear palabras (Amos Oz: Una historia de amor y oscuridad)

Amós Oz

Cuando era niño, admiraba a mi tío sobre todo por haber creado, según me contaron, y habernos proporcionado algunas palabras cotidianas y sencillas, palabras que parecían haber existido desde siempre, como "revista", y también las palabras hebreas para decir lapicero, iceberg, camisa, invernadero, tostada, cargamento, monótono, multicolor, sensual, palanca y rinoceronte (¿y qué me pondría por las mañanas si el tío Yosef no nos hubiera proporcionado la camisa? ¿Una túnica, tal vez? ¿Y con qué escribiría si no fuera por su lapicero? Por no hablar de la sensualidad, facilitada precisamente por ese tío mío tan puritano).
Alguien que es capaz de crear una nueva palabra y hacer que se integre en el sistema circulatorio de la lengua me parece que solo está un poco por debajo del creador de la luz y las tinieblas: si uno escribe un libro puede tener la fortuna de que la gente lo lea durante un tiempo, hasta que aparezcan otros libros mejores y ocupen su lugar, pero engendrar una nueva palabra es como tocar la eternidad. Aún hoy, a veces cierro los ojos y veo a ese hombre canoso, menudo y frágil, yendo y viniendo distraído, con su puntiaguda perilla blanca, su bigote mórbido, sus manos delicadas, sus gafas rusas y sus tímidos pasos de procelana, como un diminuto Gulliver en el país de los gigantes, habitado por una muchedumbre multicolor de inmensos icebergs, altas palancas y rinocerontes corpulentos, y todas las palancas,los rinocerontes y los icebergs le hacen una cortés reverencia.

                        Amos Oz (2002; traducción de Raquel García Lozano, 2008) : Una historia de de amor y oscuridad, Barcelona: Siruela de Bolsillo.

Ordenar el mundo

Ordenar el mundo

Pongamos el foco sobre ese sillón cuya tapicería se encuentra en perfectas condiciones. Alguien tuvo que llevarlo hasta ahí, donde, como en toda guerra, está todo roto


KHALIL ASHAWI (REUTERS)Recomendar en Facebook
Nos gustan las imágenes en las que lo que debía estar dentro se encuentra fuera. Ahora nos referimos a ese sillón, cuya tapicería, dentro del desastre, se encuentra en perfectas condiciones. Hay en la foto más cosas que están fuera, sobre todo fuera de quicio, pero el sillón, ah, el sillón, no salió a la calle por sus propios medios. Alguien tuvo que arrastrarlo hasta la puerta y bajarlo por las escaleras y empujarlo o llevarlo en volandas hacia esa especie de cruce en el que está todo roto, como están las cosas en las guerras, para sentarse en él y vigilar si viene el enemigo. Eso es lo que hace el soldado, vigilar desde el sillón doméstico si hay moros en la costa, con perdón del lugar común. Ahora bien, mientras el soldado sacaba el mueble de su sitio, ¿tendría la impresión de estar transgrediendo algo? ¿No le parecía que era como extraer una víscera de un cuerpo abierto?
De acuerdo en que la casa estaba muerta, todas lo están. Pero así y con todo, extraer un mueble de su espacio natural, por deteriorado que se encuentre ese espacio, y colocarlo a la intemperie, es añadir caos al caos. De hecho, no parece que el soldado esté muy cómodo. Comprende, sin duda, que hay algo fuera de sitio, comprende que hasta en la guerra conviene conservar algo de sintaxis, si no por la propia dignidad, por la de los objetos. No nos extrañaría, en fin, que un cuarto de hora después de que se hubiera obtenido la imagen, el soldado hubiera devuelto el sillón al cuarto de estar. Para ordenar un poco el mundo, ¿no?, que es que lo tenemos todo patas arriba.

Lo mejor es no haber nacido

Lo mejor es no haber nacido

La gente está cada vez más entregada a la superstición de las estadísticas y los porcentajes, los toman por un oráculo olvidando que en todo hay dosis de incertidumbre

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Una vez más me veo obligado a abrir con una preocupación sobre mí mismo, además de con una perplejidad. Como tan a menudo me sucede en estos tiempos, la opinión mayoritaria sobre algún asunto me lleva a pensar, inevitable y modestamente, que el imbécil y el loco debo de ser yo. Yo el equivocado, yo el cretino, yo el insensible, y más vale que así sea, porque de lo contrario sería el mundo el que estaría no sólo lleno, sino dominado por gente errada, insensible y cretina. Preferiría con mucho que el daño se viera limitado a una sola persona, o a unas cuantas como yo.
Lo cierto es que desde que la famosa actriz Angelina Jolie anunció que se había practicado una doble mastectomía preventiva y que meditaba si extirparse también los ovarios con el mismo ánimo de evitación de un cáncer en dichos órganos, en España no he leído más que grandes elogios a su decisión (en los Estados Unidos ha habido más prudencia), incluidos los de un editorial de este diario, escrito, supongo, por alguien con conocimientos médicos, de los que yo carezco, claro está. Al parecer, por sus antecedentes familiares y sus mutaciones genéticas, la actriz tenía un 87% de posibilidades de desarrollar, a lo largo de su vida, cáncer de mama o de ovarios. En fin, líbreme el cielo de discutir su resolución, a título personal. Cada cual tiene sus miedos y toma las medidas que se los aplaquen. Pero la deliberada publicidad otorgada a su solución tan drástica trasciende lo estrictamente personal, y así lo demostraba la índole de los casi unánimes elogios: lo celebrado no era tanto lo que Jolie había hecho con su cuerpo o con determinadas partes de él cuanto que lo hubiera anunciado a los cuatro vientos, con una intención innegablemente proselitista. La argumentación que he leído aquí y allá viene a ser esta: si uno de los iconos de la belleza contemporánea está dispuesta a cortarse, por si acaso, algunos de los atributos o símbolos de esa belleza, ¿no ayudará enormemente a que sigan la misma senda infinidad de mujeres menos agraciadas, y menos ricas y populares? Más aún teniendo en cuenta que vivimos en una época enfermizamente mimética, en la que un indecente número de personas esperan a ver qué hacen u opinan otros –sobre todo si son celebridades– para adecuar sus conductas y sus ideas a ello. La prueba de esta epidemia de mímesis es que no hay necedad que no prospere y no triunfe, que no consiga al instante una ingente cantidad de adeptos y seguidores.

La gente está cada vez más entregada a la superstición de las estadísticas y los porcentajes, los toman por un oráculo olvidando que en todo hay dosis de incertidumbreoráculo
La gente está cada vez más entregada a la superstición de las estadísticas y los porcentajes, los toman por un oráculo olvidando que en todo hay dosis de incertidumbre. El antiguo líder comunista Carrillo, que fumó desde quién sabe cuándo hasta el último día de su vida, murió con noventa y siete años, y su foto debería figurar también en las cajetillas de cigarrillos, porque existe la posibilidad –aunque porcentualmente pequeña– de alcanzar su edad con buena salud entre nubes de humo. Lo probable no es sinónimo de lo seguro, y ni siquiera un 87% de posibilidades condena a nadie con certeza a padecer un cáncer de mama. Debo decir que, al conocer la decisión de la actriz, no pude evitar acordarme de lo que propuso George Bush Jr –una afamada lumbrera– en un momento de su mandato: sugirió que se talaran varios bosques para evitar incendios forestales. Si no hay árboles, venía a ser su razonamiento, no habrá riesgo de que ardan. Si no hay glándulas mamarias ni ovarios, no puede aquejarlos un cáncer, desde luego, pero de algo suele servir cuanto el cuerpo posee. Ni siquiera lo que sirve de poco –el apéndice– anda la gente quitándoselo preventivamente, para ahorrarse una posible apendicitis que, con mala suerte, podría derivar en mortal peritonitis. Voy a cortarme la cabeza, podría decirse alguien, por si me sale un tumor en el cerebro. O los testículos al menos, sin los cuales se puede vivir, tengo entendido (sin la cabeza no, ya lo sabemos, perdón por el ejemplo exagerado).
Parece como si muchas personas actuales hubieran renunciado a creer en lo azaroso y en la suerte, y se hubieran dado al fatalismo que traen consigo las estadísticas. En cuanto sale una noticia sobre lo nociva que es una sustancia, hay millones de individuos que la abandonan radicalmente. No hablemos ya de un alimento que tal vez esté “contaminado” o de un medicamento puesto en tela de juicio. No tenemos en cuenta que algunas de estas campañas o malas famas son interesadas, lanzadas por la competencia, y que al cabo de tantos meses o años se “descubren” las bondades de lo que un día fue estigmatizado y proscrito. El azúcar fue pésimo para todo durante largo tiempo, y ahora parece que ya no lo es tanto. La leche se juzgó sanísima y necesaria para el crecimiento, y ahora tiene, por lo visto, consecuencias indeseables. Hay quien anatematiza el vino y quien lo recomienda en cantidades moderadas. Ya lo dice el viejo chiste: “Vivir es sumamente perjudicial para la salud”. A la luz de nuestras tendencias, hay que ir aún más lejos. Parafraseando a Madame du Deffand, la mejor manera de blindarse contra el cáncer y contra toda dolencia, accidente y angustia es sin duda no haber nacido.

miércoles, 12 de junio de 2013

Il Pensionande del Saraceni

Carlo Saraceni (1615-1620): Vendedor de aves
La historia de este cuadro parace sacada de una novela de detectives. Se conocían cuatro obras de similares características técnicas, aparentemente pintadas en Italia a principios del siglo XVII por un autor desconocido. El cuidadoso estudio de tales obras sacó a la luz su parecido con las del pintor Carlo Saraceni, y puesto que tal personaje había tenido alojados en pensión a varios artistas, se pensó que el desconocido creador podría ser uno de esos inquilinos, al que se le dio le nombre el Il Pensionante de Saraceni.
Dicho esto, no hay duda de que las aves a las que hace mención el título son gallinas; una de las cuales le están robando con gran habilidad al despistado vendedor.

Juan J. Luna (2008): El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya. Museo Nacional del Prado. Madrid.

Descripción

Tomás Hiepes (1642): Frutero de Delft y dos floreros

Tomás Hiepes (1642): Dos fruteros sobre una mesa

La atractiva pareja de lienzos, claramente firmada y fechada por el autor en 1642, describe numerosos aspectos de interés, tanto sobre el mundo especializado del bodegón como acerca de la sociedad de su tiempo, puesto que ambas obras son resultado de una cuidada puesta en escena que podía complacer a las personas acomodadas del momento en el ámbito valenciano: los recién desplegados manteles, con sus correspondientes encajes que cubren la superficie de una mesa o bufete; los cinco objetos de cerámica contrastados entre sí y bellamente expresados, con todos sus elegantes pormenores; las flores de gran finura que acompañan en uno de los cuadros a las frutas sin competir con ellas; el modo en que se recortan los motivos sobre el fondo oscuro alcanzando efectos de rotundos volúmenes; la impresión de orden y rigurosa simetría que se refuerza con una sensación de calculado equilibrio de proporciones; los contrastes de tonalidades; los juegos de luces y sombras; el dibujo firme que potencia los perfiles de las cosas; así como el efecto de calidades táctiles de las frutas, conseguido con gran acierto.
Se trat de las dos obras más antiguas firmadas que se conocen de Hiepes, pintor del siglo XVII que para el mundo valenciano supone su principal punto de referencia en materia de bodegones. Ambas piezas son representaciones de algunas de las características principales del autor, no todas, que le otorgan una personalidad propia dentro del género, desde su predilección por mostrar recipientes de cerámica y un aire de suntuosidad en los pormenores, a su interés por las composiciones de estructura bien ritmada y su inclinación por conseguir efectos volumétricos.
Destaca siempre en la ejecutoria del autor una evidente maestría, resultante de sus afinadas dotes de observación y plasmación posterior sobre los lienzos de los que su ojo atento capta, gracias a las cuales consigue individualizar cada elemento que emplea, a los que dota de una sólida monumentalidad merced a la utilización de un punto de vista elevado y su presentación en primer plano.

Juan J. Luna (2008): El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya. Museo Nacional del Prado. Madrid.

lunes, 10 de junio de 2013

Sobre verbos

Ricardo Piglia (2010): Blanco nocturno, Barcelona: Anagrama
(págs 129-130)

- Hubiese querido advertirle a Tony de que no viniera por acá- dijo Bravo. Usa el pluscuamperfecto de subjuntivo, pensó Renzi, tan cansado que se le aparecían este tipo de ideas típicas de la época en que estaba en la Facultad y se ponía analizar las formas gramaticales y la conjugación de los verbos. A veces no entendía bien lo que le estaban diciendo porque se entretenía analizando la estructura sintàctica como si fuera un filólogo enardecido por los usos tergiversados del lenguaje. Ahora le sucedía cada vez menos, pero cuando estaba con una mujer , y le gustaba el modo que tenía de hablar, se la llevaba a la cama por el entusiasmo que le provocaba verla usar el pretérito perfecto de indicativo, como si la presencia del pasado en el presente justificara cualquier pasión.


El signo

II. Tanto los filósofos como la gente común recurren a la  noción de «signo», la última, mediante expresiones cotidianas como un mal signo, y tantas otras. Según la impresión de las personas cultas, los filósofos utilizan el término signo de manera rigurosa y homogénea,  en tanto que en la conversación cotidiana, como resulta de frases como la citada, signo viene a ser una palabra totalmente homonímica, o sea, que se utiliza en
diferentes ocasiones, con diversos sentidos, y, en general, de manera metafórica y vaga. Más adelante podremos ver hasta qué punto es vaga la utilización que hacen los filósofos de la palabra signo.; de momento, nos limitaremos a considerar la utilización común y así descubriremos que, pese a su variedad, es del todo apropiada, correcta, técnicamente aceptable. Y al decir «técnicamente», nos referimos a su aceptabilidad desde el punto de vista de la disciplina que estudia todas las posibles variedades de signos, o sea la semiótica o semiología. Examinemos el uso lingüístico común, mediante una fuente autorizada, como es el Diccionario de la Lengua. Para evitar parcialidades, construiremos una palabra ideal, signo, deduciéndola de las distintas acepciones tomadas de tres buenos diccionarios: Devoto–Oli, Le Monnier (10 acepciones), Zanichelli (17 acepciones) y Garzanti (9 acepciones).
                                               (...)
En cualquier caso, leyendo la lista de definiciones nos daremos cuenta de que aparecen, o bien unas características comunes de cualquier tipo de signo, o bien unas cualidades que parecen distinguir los signos en distintas categorías. Desde tiempos remotos hasta nuestros días, muchas definiciones y clasificaciones del signo se han basado en estas características comunes y distintivas. Aunque procedan de lingüistas y filósofos, estas de-
finiciones y clasificaciones tienen una cualidad que nos parece evidente: se basan en el uso común. O bien repiten definiciones y clasificaciones que los que hablan (o los vocabularios) han adoptado siempre, o bien elaboran otras que, apenas son propuestas, resultan aceptables por el buen sentido.

                                                               (...)
Pensemos en el signo /caballo/. Lo escribimos entre barras, porque desde ahora utilizaremos este artificio gráfico para indicar un signo asumido en su forma significante. El significante /caballo/ no significa nada para un esquimal que no conozca nuestra lengua (que no posea nuestro código). Si quiero explicarle cuál es el significado de /caballo/, puedo darle la traducción del término en su lengua, o bien definirle un caballo, como lo hacen los diccionarios y enciclopedias, o incluso dibujarle un caballo. Como veremos más adelante, todas estas solu- ciones exigen que en lugar del significante que trato de expli-
car, ofrezca otros significantes (verbales, visuales, etc., que vamos a llamar interpretantes del signo); de todas maneras, la experiencia nos dice que en un determinado momento va a entender lo que significa /caballo/. Hay quienes creen que en su mente se ha formado una idea o un concepto, otros dicen que se ha estimulado en él una disposición a responder, con lo cual, o bien me traerá un caballo auténtico, o se pondrá a relinchar para demostrar que ha entendido. Sea como fuere, es evidente que, al entrar en posesión del código, es decir, de una regla elemental de significación, para él, al igual que para mí,
al significante /caballo/ corresponderá una entidad todavía no definida, el significado, que vamos a escribir entre comillas «caballo» (una de las dificultades del lenguaje verbal es que, normalmente, para indicar un significado se usa la misma forma del significante; quizás sería más correcto decir que al significante /caballo/ corresponde un significado «x»). Lo cierto es que todo este proceso de significación puede producirse sin que esté presente ningún caballo. El caballo presente, o todos los caballos que han existido, que existen y que existirán en el mundo, se indican como referente del significante /caballo/.

Basta una pequeña dosis de buen sentido para darse cuenta de la ambigüedad de esta noción de referente, pero basta también una pequeña dosis de buen sentido para darse cuenta de que, de momento, es la manera más cómoda de explicar un hecho que se produce todos los días: es decir, que al emitir signos, en general queremos indicar cosas. Como puede verse, el triángulo tiene una línea de puntos entre el significante y el referente: ello se debe a que la relación entre estas dos entidades  es muy oscura. Sobre todo, es muy arbitraria, en el sentido de que no hay razón alguna para llamar /caballo/ al caballo, o bien /horse/, como dicen los ingleses. En segundo lugar, porque se puede utilizar el significante /caballo/, no solamente no habiendo un caballo, sino incluso en el caso de que nunca hubieran existido caballos. El significante /unicornio/ existe, puesto que puedo escribirlo en esta página; el significado «unicornio» es bastante claro para quien esté familiarizado con la mitología, la heráldica, las leyendas medievales; pero el referente unicornio nunca ha existido. 

Un pequeño velero valiente

Un pequeño velero valiente
12 de mayo de 2013
El avión inclina un poco un ala y pierde altura, mientras la línea de la costa se advierte más allá de la ventanilla. Es un día luminoso y azul, aunque un fuerte mistral salpica el mar de borreguillos blancos y marca de oleaje la orilla lejana. Cierras el libro que has estado leyendo y observas el paisaje. Te gusta hacer eso cuando conoces la costa y las aguas próximas, reconociendo desde arriba lo que otras veces has navegado abajo: cabos, ensenadas, playas, puertos, se ofrecen a la vista como en un portulano o un mapa. Y una vez más no puedes menos que admirar a los hombres sabios y tenaces que, en siglos pasados, cuando no existían los satélites ni los aviones, consiguieron a base de compás, cañonazo, reloj, lápiz y papel, levantamientos cuyo trazado exacto, en buena parte de los casos, apenas se han visto modificados por las cartas náuticas modernas.
El avión desciende un poco más y las salpicaduras blancas se vuelven más visibles y precisas, hasta el punto de que puede apreciarse el movimiento de las grandes olas que hay allá abajo, la lenta ondulación del agua que el viento empuja en dirección paralela a la costa. Isobaras apretadas como sardinas en lata, piensas mientras por costumbre imaginas la intensidad del viento allá abajo. Beaufort fuerza 8, por lo menos. Eso significa temporal de 34 a 40 nudos, con el agravante de que el viento corre veloz, por un mar libre de obstáculos, desde muchos cientos de millas; y esa fuerza incide en la altura de las olas, que son majestuosamente alargadas y de cuyas crestas blancas, a medida que el avión sigue bajando, parecen desprenderse rociones de espuma.
El avión sigue virando despacio para enfilar la aproximación al aeropuerto, cuando adviertes algo allá abajo: un pequeño barco deja tras de sí una línea de espuma blanca y casi recta, muy visible aunque barrida pronto por las olas que corren hacia su popa. Es un velero, sin duda. Debe de tener entre doce y quince metros, y mantiene el rumbo hacia la costa, de la que lo separan todavía unas diez millas, ciñendo el viento. Eso puede suponer, con ese temporal y esa mar ondulada que lo mismo impulsa que frena, un mínimo de dos horas de navegación infernal, todavía. Por el rumbo que trae, es posible suponer que el velero lleva al menos catorce horas navegando, que al menos la mitad de ese tiempo lo ha hecho de noche, y que, en el mejor de los casos, el viento duro empezó a castigarlo un poco antes del alba.
Sabes lo que es, claro. Todo el que pasa algún tiempo en un barco lo sabe. Por eso, desde la cabina del avión, mirando la estela del velero que avanza obstinado en busca de refugio -esa tierra próxima que tú alcanzas a ver, pero él no-, sientes un estremecimiento de orgullo solidario. De admiración por ese hermano desamparado, cuya situación puedes imaginar. Observas que navega amurado a babor, consciente de la costa próxima, buscando la protección del puerto cercano, o de al menos una punta de tierra donde fondear a resguardo. Seguramente ciñe el viento con una trinquetilla y dos rizos en la mayor, dando fuertes machetazos en las olas, con su patrón amarrado en la bañera y atento al timón para no atravesarse a la mar, el tambucho cerrado y la tripulación trincada a las líneas de vida o abajo en la camareta, sentada en el suelo, la espalda apoyada en un mamparo, a mano el cubo de achicar por si el mareo juega malas pasadas. Puedes imaginar los rociones que saltan sobre su cubierta, la bandera aleteando a popa con violencia, el aullar de cuarenta nudos en la jarcia y el palo sobre el que el molinillo del anemómetro gira enloquecido. Las miradas entre inquietas y resignadas del patrón a los instrumentos de la bitácora para comprobar la posición, el abatimiento, las rachas del viento.
Que llegues a puerto, compañero, piensas conmovido mientras el solitario velero y su estela desaparecen bajo el ala del avión. Que aguante el barco y quienes lo tripulan. Y mientras miras el mar y la costa cercana, que desde abajo no se ve, piensas en todos los pequeños barquitos desamparados y valientes que ahora navegan acortando vela, ciñendo vientos duros sin otro socorro que su serenidad y su coraje. En busca de un sitio donde echar el ancla y descansar quienes, tras largas horas de pelea, puedan arrebatarle al mar ese derecho. Porque, aunque solemos olvidarlo cuando pisamos tierra firme o sopla brisa suave, navegar, como vivir -y poco va de una cosa a otra-, nunca fue un asunto fácil.


JUEVES, 28 DE MARZO DE 2013 13:03 DIARIODEGASTRONOMIA.COM
Los diseñadores británicos Bompas & Parr, especializados en productos de alimentación, han desarrollado una cuchara musical que se escucha exclusivamente a través de la boca y un conjunto de recipientes hechos a mano para que coincidan con cinco nuevos sabores de 'Heinz Baked Beans', una línea de judías guisadas con diferentes tipos de elaboraciones.
La cuchara incluye en su interior un diminuto reproductor MP3 que contiene una música inaudible hasta que el comensal coloca la cuchara en la boca y presiona suavemente la comida, originando unas vibraciones sonoras que se desplazan a través de la mandíbula hasta el oído.
Según Dezeen, una publicación especializada en arquitectura, diseño y proyectos de interiorismo, Bompas y Parr han creado un juego personalizado para cada uno de los cinco sabores de la gama, una original experiencia bautizada con el nombre de Heinz Beanz Flavour Experience.
Como por ejemplo, la variedad de ‘judías al ajo y hierbas’, que se presenta con un tazón en forma de bulbo de ajo y una banda sonora compuesta a partir del sonido de pieles crujientes de ajo y latas golpeando una contra el otra; o las ‘judías al queso Cheddar’, para las que han creado un recipiente amarillo que simula una rueda de queso acompañado por una melodía inspirada en el compositor inglés Edward Elgar (1857-1934) y realizada con la ayuda de un alambre para cortar queso.

Los cinco juegos personalizados con su cuchara y recipiente especial están a la venta en los almacenes londinenses Fortnum & Mason.

Sueños delatores

Sueños delatores
Los sueños, esa otra vida secreta que tenemos por las noches, siempre han fascinado a los seres humanos. ¿Por qué soñamos? Lo cierto es que no se sabe con seguridad. A lo largo de la Historia se han barajado diversas explicaciones a ese conjunto de imágenes tan raras y tan vívidas que de repente se nos encienden en la cabeza mientras dormimos. Lo más tentador, naturalmente, ha sido considerarlos un mensaje del otro mundo, puesto que la vida dormida parece una existencia paralela, más allá de las fronteras de lo real. Santones, adivinos y profetas han visto en los sueños su teléfono directo con las divinidades, la vía más idónea para recibir los mensajes sagrados. Pero no es necesario ser un gurú profesional para ponerse a interpretar los propios sueños como un desasosegante aviso de ultratumba. Calpurnia, la mujer de Julio César, tuvo repetidas pesadillas que le hicieron colgarse del cuello de su marido implorándole que no acudiera al Senado el día que fue asesinado, o eso cuenta la conocidísima leyenda (claro que quizá la buena señora fuera una paranoica y se le colgara del cuello cada vez que salía de casa, las leyendas nunca cuentan los pronósticos fallidos); y los guerreros del pasado, desde Alejandro el Magno a Solimán el Magnífico, solían mostrar una inquietante tendencia a soñar estrategias y augurios en la víspera de las grandes batallas. Cosa que por otra parte no me extraña, porque incluso hoy resulta difícil escapar por completo de la pegajosa verosimilitud que tienen algunos sueños, del temor ancestral e irracional a que sean un presagio.
Lo cierto es que necesitamos los sueños. Soñar regula nuestra mente”
Luego está la parte interpretativa de la psique, el simbolismo freudiano del inconsciente. También en este territorio ha habido mucha basura, muchos manuales absurdos que aseguran, por ejemplo, que soñar con fuego tiene connotaciones sexuales u otras tonterías semejantes. Pero si se intenta comprender de forma rigurosa qué representa cada sueño para cada persona, creo que la interpretación puede tener bastante sentido. Porque los sueños nacen del inconsciente, o al menos mantienen un contacto más directo con él, más libre de represiones y controles; así que resulta razonable pensar que nuestros sueños, o al menos algunos de ellos, nos describen de una manera simbólica y profunda. Que hablan de nuestras angustias y de nuestros deseos, aunque a menudo no sepamos comprenderlos. Quiero decir que son una especie de lenguaje. Confuso y aproximativo, pero lenguaje.
Aunque todavía no hay una explicación científica definitiva sobre la causa de los sueños, las últimas y más plausibles teorías apuntan al hecho de que esas imágenes intensas que tantos santones tomaron por la voz de Dios son en realidad la basura del cerebro, una descarga de nuestro sistema neuronal. Mientras dormimos, el cerebro sigue activo y se “limpia” automáticamente, como el ordenador que se queda autoanalizándose mientras nosotros nos vamos a la cama. Lo cierto es que necesitamos los sueños de manera esencial; diversos experimentos han demostrado que, si se permite dormir a los sujetos pero se les impide soñar (un 25% de nuestras noches las pasamos soñando y esos periodos son identificables por los rápidos movimientos de los ojos bajo los párpados cerrados), a los pocos días los individuos están agotados y padecen claros desequilibrios psíquicos. Soñar regula nuestra mente.
Pero para experimento espectacular y espeluznante, el que acaban de hacer en el Laboratorio de Neurociencia Computacional ATR de Tokio, según recoge la revista Science. Un tal Yukiyasu Kamitani convenció no sé cómo a tres pobres sujetos a que se prestaran a la tortura de pasarse largas sesiones de tres horas al día, durante diez días, metidos dentro de un claustrofóbico y ensordecedor tubo de resonancia magnética. Cuando los sujetos se dormían en el tubo, pese a todo (supongo que se someterían a un drástico programa de vigilias para lograrlo), y empezaban a soñar, los investigadores los despertaban y les pedían que describieran las imágenes oníricas que estaban teniendo. Este proceso se repitió hasta 200 veces con cada sujeto. Y ahora viene la parte aterradora y despampanante del experimento: cruzando por ordenador los gráficos de la resonancia magnética con los contenidos expresados por los durmientes, Kamitani ha logrado “adivinar” con un 60% de acierto en qué estaban soñando sus sujetos con sólo ver el dibujo de las ondas cerebrales. Si estos resultados son fiables, lo que implica es tremendo: sería el primer paso para conseguir una máquina capaz de leer los pensamientos. Al final va a ser verdad que los sueños son la llave de nuestra mente.


Variantes hispanoamericanas

VARIANTES HISPAONAMERICANAS:

Ricardo PIGLIA (2010): Blanco nocturno, Barcelona:Anagrama

(pág 43)

La tarde del domingo era fresca y se veía a los paisanos que iban llegando de las chacras y las estancias de todo el partido y se instalaban en los bordes, contra el alambrado que dividía la pista de las casas. Habían tendido unas tablas sobre unos caballetes y vendían empanadas y servían ginebra y vino de uva chinche que se sube a la cabeza sólo con verlo. Ya habían prendido el fuego para el asado y se veía la fila de costillares clavados en la cruz y las achuras extendidas sobre una lona en el pasto. Había clima de fiesta y un rumor nervioso, electrizado, clásico en los preparativos de una carrera muy esperada. No se veían mujeres por ningún lado, sólo varones de todas las edades, chicos y viejos y hombres maduros y jóvenes, vestidos de domingo; con camisa bordada y chaleco de fantasía los peones; con campera de gamuza y pañuelo al cuello los estancieros; con jeans y pulóveres atados a la cintura los jóvenes del pueblo.

(págs 112-113)
Después de lidiar con la telefonista de larga distancia, Renzi se pudo comunicar al fina con la redacción en Buenos Aires.
- Qué hacés, junior, soy Emilio, dame con Luna. Estoy aquí, un pueblo de mierda, ¿qué tal por ahí?¿Alguna mina preguntó por mí?¿Algún suicidio nuevo en la redacción?
- ¿Recién llegaste?
- Te iba  llamara la bar, pero no sabés lo que es hablar por teléfono desde las provincias...Pero dame con Luna.
Después de una pauso y de una serie de crujidos y ruidos del viento contra el tejido de un gallinero, apareció la voz pesada del viejo Luna, el director del diario.

- Dale, pibe, mirá que estamos adelantados al resto. Salió algo en el Canal 7, pero podemos ganarle de mano a todo el mundo.

Símbolos

SÍMBOLOS
Textos extractados de Universalismo Constructivo ,1934
Dice un sabio contemporáneo, a propósito de los símbolos: En tanto que traducciones permanentes, los símbolos realizan, dentro de cierta medida, el ideal de la antigua y popular interpretación de los sueños.
Pues bien, ciertas intuiciones del artista, ¿no son a manera de sueños? En efecto, si el artista es un creador de símbolos, es porque la forma simbólica es, no solamente algo dentro de la estructura racional, sino aun del alma y de la materia, y surge formada como de una pieza; y de ahí el que tenga, en cierto modo, como un valor mágico, y obre sobre nuestra sensibilidad espiritual, directamente, sin necesidad de interpretación ni lectura; y por todas estas razones, en cuanto a forma, tiene un valor en sí.
 
Este lenguaje simbólico, viviente y bien real, es el más profundo y concreto que pueda expresar el arte; y fue el lenguaje del arte de la antigüedad y de los mal llamados salvajes; más civilizados en esto como en otras cosas de ese orden, que no el prosaico hombre moderno, materialista. Me parece que habría que volver a este arte, pasando del símbolo intelectual al símbolo mágico. No hay que extrañarse si el símbolo ha caído en descrédito, pues hoy se limita a ser como una traducción gráfica o transposición puramente intelectual (por esto no directo), algo sin alma y por esta misma razón sin valor estético. Símbolo que puede traducirse en lenguaje, en idea, no es símbolo tal como lo entendemos. Nuestro símbolo es aquel que viene de la intuición y es sólo interpretado por ella. Algo, pues, ininteligible al pensamiento, y así es que vemos el gran arte. Por esto, un artista, jamás tendrá que poder dar razón del porqué de tal forma.
Joaquín Torres García. 
1934