lunes, 10 de junio de 2013

Elogio de la cordura

FRAGMENTOS DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ en Cómo se cuenta un cuento.Taller de guion.

(1995). Madrid: Ollero&Ramos Editores

Elogio de la cordura

GABO.- ¿Quién fue el que llamó a la imaginación “la loca de la casa”? Quienquiera que haya sido, sabía muy bien lo que estaba diciendo. Aquí hemos aprendido a lidiar con esa señora mucho mejor que Sidalia con Belinda; le hemos permitido corretear a sus anchas pero sin dejar que se exceda. La historia que va a filmar Socorro pudiera remontarse a los orígenes de un pueblo colombiano llamado Momposo. Es un pueblito típicamente colonial – algo así como Trinidad, aquí en Cuba-, con tres calles que corren paralelas al río. Mompox, tierra de Dios, donde se acuesta uno y amanecen dos – según se dice- , es un lugar lleno de locos. Allí toda familia que se respete tiene su loquito y lo amarra a un árbol del patio, sobre todo cuando hay visitas. La imaginación trabaja sobre esos datos y a menudo se queda corta, como es natural. Porque la inventiva de la realidad no tiene límites. En cambio, las situaciones dramtáticas se agotan rápidamente; no hay treinta y seis, sino tres grandes situaciones dramáticas: la Vida, el Amor y la Muerte. Todas las demás caben ahí. (...)

ROBERTO.- Uno nunca está completamente seguro de lo que quere hasta que lo hace. Y nunca está seguro de lo que hace hasta que lo ve montado.

GABO.- Eso es parte inseparable del proceso creador. No hay verdadera creación sin riesgo y por lo tanto sin una cuota de incertidumbre. Yo nunca vuelvo a leer mis libros después que se editan, por temor a encontrarles defectos que pueden pasar inadvertidos. Cuando veo la cantidad de ejempplares que se venden y las lindezas que dicen los críticos, me da miedo descubrir que todos están equivocados – críticos y lectores – y que el libro, en realidad, es una mierda. Es más –lo digo sin falsa modestia-, cuando me enteré de que me habían dado el Premio Nobel, mi primera reacción fue pensar:”¡Coño, se lo creyeron!¡Se tragaron el cuento!”. Esa dosis de inseguridad es terrible pero al mismo tiempo necesaria para hacer algo que valga la pena. Los arrogantes que lo saben todo, que nunca tienen dudas, se dan unos frentazos, mueren de eso.

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