lunes, 10 de junio de 2013

Sueños delatores

Sueños delatores
Los sueños, esa otra vida secreta que tenemos por las noches, siempre han fascinado a los seres humanos. ¿Por qué soñamos? Lo cierto es que no se sabe con seguridad. A lo largo de la Historia se han barajado diversas explicaciones a ese conjunto de imágenes tan raras y tan vívidas que de repente se nos encienden en la cabeza mientras dormimos. Lo más tentador, naturalmente, ha sido considerarlos un mensaje del otro mundo, puesto que la vida dormida parece una existencia paralela, más allá de las fronteras de lo real. Santones, adivinos y profetas han visto en los sueños su teléfono directo con las divinidades, la vía más idónea para recibir los mensajes sagrados. Pero no es necesario ser un gurú profesional para ponerse a interpretar los propios sueños como un desasosegante aviso de ultratumba. Calpurnia, la mujer de Julio César, tuvo repetidas pesadillas que le hicieron colgarse del cuello de su marido implorándole que no acudiera al Senado el día que fue asesinado, o eso cuenta la conocidísima leyenda (claro que quizá la buena señora fuera una paranoica y se le colgara del cuello cada vez que salía de casa, las leyendas nunca cuentan los pronósticos fallidos); y los guerreros del pasado, desde Alejandro el Magno a Solimán el Magnífico, solían mostrar una inquietante tendencia a soñar estrategias y augurios en la víspera de las grandes batallas. Cosa que por otra parte no me extraña, porque incluso hoy resulta difícil escapar por completo de la pegajosa verosimilitud que tienen algunos sueños, del temor ancestral e irracional a que sean un presagio.
Lo cierto es que necesitamos los sueños. Soñar regula nuestra mente”
Luego está la parte interpretativa de la psique, el simbolismo freudiano del inconsciente. También en este territorio ha habido mucha basura, muchos manuales absurdos que aseguran, por ejemplo, que soñar con fuego tiene connotaciones sexuales u otras tonterías semejantes. Pero si se intenta comprender de forma rigurosa qué representa cada sueño para cada persona, creo que la interpretación puede tener bastante sentido. Porque los sueños nacen del inconsciente, o al menos mantienen un contacto más directo con él, más libre de represiones y controles; así que resulta razonable pensar que nuestros sueños, o al menos algunos de ellos, nos describen de una manera simbólica y profunda. Que hablan de nuestras angustias y de nuestros deseos, aunque a menudo no sepamos comprenderlos. Quiero decir que son una especie de lenguaje. Confuso y aproximativo, pero lenguaje.
Aunque todavía no hay una explicación científica definitiva sobre la causa de los sueños, las últimas y más plausibles teorías apuntan al hecho de que esas imágenes intensas que tantos santones tomaron por la voz de Dios son en realidad la basura del cerebro, una descarga de nuestro sistema neuronal. Mientras dormimos, el cerebro sigue activo y se “limpia” automáticamente, como el ordenador que se queda autoanalizándose mientras nosotros nos vamos a la cama. Lo cierto es que necesitamos los sueños de manera esencial; diversos experimentos han demostrado que, si se permite dormir a los sujetos pero se les impide soñar (un 25% de nuestras noches las pasamos soñando y esos periodos son identificables por los rápidos movimientos de los ojos bajo los párpados cerrados), a los pocos días los individuos están agotados y padecen claros desequilibrios psíquicos. Soñar regula nuestra mente.
Pero para experimento espectacular y espeluznante, el que acaban de hacer en el Laboratorio de Neurociencia Computacional ATR de Tokio, según recoge la revista Science. Un tal Yukiyasu Kamitani convenció no sé cómo a tres pobres sujetos a que se prestaran a la tortura de pasarse largas sesiones de tres horas al día, durante diez días, metidos dentro de un claustrofóbico y ensordecedor tubo de resonancia magnética. Cuando los sujetos se dormían en el tubo, pese a todo (supongo que se someterían a un drástico programa de vigilias para lograrlo), y empezaban a soñar, los investigadores los despertaban y les pedían que describieran las imágenes oníricas que estaban teniendo. Este proceso se repitió hasta 200 veces con cada sujeto. Y ahora viene la parte aterradora y despampanante del experimento: cruzando por ordenador los gráficos de la resonancia magnética con los contenidos expresados por los durmientes, Kamitani ha logrado “adivinar” con un 60% de acierto en qué estaban soñando sus sujetos con sólo ver el dibujo de las ondas cerebrales. Si estos resultados son fiables, lo que implica es tremendo: sería el primer paso para conseguir una máquina capaz de leer los pensamientos. Al final va a ser verdad que los sueños son la llave de nuestra mente.


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