domingo, 16 de junio de 2013

Crear palabras (Amos Oz: Una historia de amor y oscuridad)

Amós Oz

Cuando era niño, admiraba a mi tío sobre todo por haber creado, según me contaron, y habernos proporcionado algunas palabras cotidianas y sencillas, palabras que parecían haber existido desde siempre, como "revista", y también las palabras hebreas para decir lapicero, iceberg, camisa, invernadero, tostada, cargamento, monótono, multicolor, sensual, palanca y rinoceronte (¿y qué me pondría por las mañanas si el tío Yosef no nos hubiera proporcionado la camisa? ¿Una túnica, tal vez? ¿Y con qué escribiría si no fuera por su lapicero? Por no hablar de la sensualidad, facilitada precisamente por ese tío mío tan puritano).
Alguien que es capaz de crear una nueva palabra y hacer que se integre en el sistema circulatorio de la lengua me parece que solo está un poco por debajo del creador de la luz y las tinieblas: si uno escribe un libro puede tener la fortuna de que la gente lo lea durante un tiempo, hasta que aparezcan otros libros mejores y ocupen su lugar, pero engendrar una nueva palabra es como tocar la eternidad. Aún hoy, a veces cierro los ojos y veo a ese hombre canoso, menudo y frágil, yendo y viniendo distraído, con su puntiaguda perilla blanca, su bigote mórbido, sus manos delicadas, sus gafas rusas y sus tímidos pasos de procelana, como un diminuto Gulliver en el país de los gigantes, habitado por una muchedumbre multicolor de inmensos icebergs, altas palancas y rinocerontes corpulentos, y todas las palancas,los rinocerontes y los icebergs le hacen una cortés reverencia.

                        Amos Oz (2002; traducción de Raquel García Lozano, 2008) : Una historia de de amor y oscuridad, Barcelona: Siruela de Bolsillo.

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