lunes, 10 de junio de 2013

Una historia de amor y oscuridad

TEXTO SOBRE LA LECTURA

El mal lector me exige siempre que le desmenuce el libro que he escito; pretende que con mis propias manos tire mis uvas a la basura y le dé solo las pepitas.
El mal lector es una especie de amante psicópata que se abalanza sobre una mujer y le desgarra la ropa y, cuando ya está desnuda del todo, le arranca la piel, abre su carne con impaciencia, rompe el esqueleto y al final, cuando ya ha roído los huesos con sus ávidos dientes amarillos, solo entonces se queda satisfecho: ya está. Ahora estoy dentro del todo. He llegado.
¿Adónde he llegado? De vuelta al viejo, trillado y banal esquema, al conjunto de estereotipos que, como todos, el mal lector conoce desde hace tiempo y, por tanto, se siente cómodo con ellos y solo con ellos: los personajes del libro no son más que el escritor en persona, o sus vecinos, y el escritor y sus vecinos, evidentemente, al fin y al cabo son unos degenerados como todos nosotros. (...)
Por otra parte, el mal lector, igual que el impúdico entrevistador, se relaciona siempre con cierta desconfianza hostil, con cierta animadversión puritano-santona con la obra, con la creación, con los ardides y las exageraciones, con los rituales del cortejo, con la ambivalencia, la musicalidad y la musa, con la propia imaginación: estaría dispuesto a husmear a veces en una obra literaria compleja (...)
Aquel que busca el corazón del relato en el espacio que está entre la obra y quien la ha escrito se equivoca: conviene buscar no en el terreno que está entre lo escrito y el escritor, sino el que está entre lo escrito y el lector.

Amos Oz (2002): Una historia de  amor y oscuridad, Madrid: Siruela Debolsillo, 51-53.

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