miércoles, 31 de julio de 2013

Olimpiada genética

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/07/18/actualidad/1342634077_423945.html
Supongamos por un momento que el comité olímpico, en un rapto de pintoresco pragmatismo, hubiera suprimido los controles antidopaje. ¿Qué tipo de atletas veríamos en los juegos de Londres? Puesto que, redondeando un poco, todos tomarían las mismas drogas anabolizantes, estimulantes y vigorizantes, ¿llegarían todos a la meta en el mismo microsegundo? ¿Saltarían la misma altura, nadarían igual de rápido, lanzarían el mismo peso a la misma distancia? Seguro que no. Como saben muy bien los biólogos, esos experimentos nunca funcionan así, porque cada atleta tiene unos genes distintos.
Los Juegos Olímpicos de Londres, sin embargo, pueden ser los últimos en que los atletas compitan con sus genes intactos. "Las olimpiadas mejoradas genéticamente están al llegar", aseguran en Nature Juan Enríquez y Steve Gullans, directores ejecutivos de Excel Venture Management, una firma de capital riesgo de Boston que invierte en nuevas empresas del sector de sanidad y ciencias de la vida. Si Enríquez y Gullans saben dónde poner su dinero, como parece muy probable, sus cálculos deben indicar por dónde irán los tiros en este sector.
¿Han olido estos expertos de Boston alguna oportunidad de hacer dinero en el área de la modificación genética de los deportistas? "No creo que en este momento haya negocio en esto", responde Enríquez a EL PAÍS. "No he visto inversión alguna en esa área; pero sí creo que los tratamientos para curar enfermedades como la de los niños burbuja(inmunodeficiencias hereditarias) o la fibrosis quística eventualmente van a llevar al equivalente de la cirugía plástica, pero en versión genética".
Tomemos el gen humano ACTN3 (actinina alfa 3), que fabrica un componente del armazón estructural de las células musculares. El último trabajo científico publicado sobre él se titula 'Variaciones de ACTN3 y fenotipos de rendimiento de los jóvenes soldados chinos' (J Sports Sci30, 255-60 (2012)). Los trabajos anteriores examinan el mismo gen en relación con la "composición del cuerpo" de los jugadores de rugby, con la distancia que recorren los patinadores de velocidad, el entrenamiento de los futbolistas y la resistencia de los nadadores en Taiwan, por citar solo los publicados este año.
Todos los atletas olímpicos que se han examinado tienen la misma versión exacta (alelo, en la jerga) del gen ACTN3. Esa versión, sin embargo, solo aparece en la mitad de la población general europea; es algo más común en la población africana (85%). Como es obvio, llevar ese alelo no garantiza un gran futuro deportivo, pero "los mil millones de personas que no llevan esa variante deberían reconsiderar sus aspiraciones olímpicas", como dice Enríquez.
Un gen no hace a un atleta, pero ya se han identificado otros 200 que, como ACTN3, afectan a la fuerza, la resistencia, la rapidez o alguna otra propiedad importante para los deportistas. No todos serán igual de importantes, pero, como dice el experto de Boston, "hay evidencias crecientes de que los atletas de primera clase llevan un 'conjunto mínimo' de genes estimuladores del rendimiento". El kit hereditario con el que conviene nacer para ganar una medalla de oro.
Hay personas que nacen con mejor predisposición para conseguir medalla
Nada de esto quiere decir que el esfuerzo atroz y el entrenamiento extenuante carezcan de importancia: los amantes del sufrimiento pueden seguir tranquilos. Pero sin ese kitgenético no hay medalla por más que sufra uno. Valdría decir, parafraseando al evolucionista Stephen Jay Gould, que lo mejor que puede uno hacer para llegar a campeón olímpico es "elegir bien a sus padres". Gould lo decía en relación a la inteligencia, pero es sabido que el cerebro no es más que un trozo de cuerpo.
No está de más mencionar algunos genes más, aunque solo sea porque en unos años sus nombres pueden ser comunes en la sección de deportes. Un ejemplo es el gen ACE (angiotensin converting enzyme, o enzima conversora de la angiotensina), implicado en el infarto, la aterosclerosis, la hipertensión y la diabetes de tipo 2 (la asociada al sobrepeso), pero también con ciertos tipos de rendimiento atlético. El 94% de los sherpas del valle de Katmandú, en Nepal, llevan una variante concreta (o alelo) del gen ACE, la llamada variante I, que es mucho menos común en otras poblaciones. Los escaladores que poseen esta variante tienden a culminar con éxito una ascensión de 8.000 metros en mayor proporción que sus colegas que llevan otro alelo. Es uno de los genes importantes para los deportes de resistencia, uno que conviene tener en el kit de la medalla de oro, al menos para la de larga distancia.
Los genes citados son bastante comunes en la población, y es su combinación adecuada la que hace al atleta, o al propenso al atletismo, por mejor decir. Pero también hay variantes genéticas raras, muy infrecuentes en la población, que tienen un efecto muy importante en algunos atletas. Es el caso de Eero Mäntyranta, el esquiador de fondo finlandés que ganó siete medallas en cuatro juegos olímpicos en los años sesenta y setenta.
El esfuerzo hace falta y marcará la diferencia entre los más dotados
Mäntyranta fue el primer deportista finlandés acusado de dopaje, con anfetaminas para ser exactos, y más tarde reconoció haber usado unas hormonas, legales en su época. Pero su mejor droga la llevaba puesta de nacimiento: una mutación en el gen EPOR (erythropoietin receptor, o receptor de la eritropoyetina) que le hacía producir más glóbulos rojos de lo normal, y por tanto le permitía transportar un 25% de oxígeno por la sangre más de lo normal, a veces hasta un 50% más. Pero eso no es dopaje, ¿no? ¿O lo debería ser? O, como dice Enríquez: "Si los reguladores de las olimpiadas admiten que el paisaje genético es desigual, ¿deberían analizar a todos los atletas y celebrar competiciones separadas para los poco dotados genéticamente?".
¿Descabellado? No tanto como pueda parecer. En todos los deportes hay competiciones separadas para hombres y mujeres. Es una forma de reconocer que la superioridad genética de los hombres para las cuestiones del músculo y la testosterona no tiene por qué privar a las mujeres de competir a un alto nivel digno de sus aspiraciones deportivas. Y los comités olímpicos excluyen de las competiciones femeninas a las atletas que tienen una composición cromosómica masculina. Como siempre, el futuro ya está aquí.

¿Tiene el pelotón el PHD-I FG-2216?

CARLOS ARRIBAS
Cuando una persona se encuentra en condiciones de escasez de oxígeno, por ejemplo, en el Tíbet o en los Andes, su cuerpo reacciona fabricando más eritropoyetina (EPO), la factoría de los glóbulos rojos, que son los encargados de transportar el oxígeno en la sangre. Hace unos años, el científico norteamericano Gregg Semenza descubrió una proteína a la que bautizó Factor de Inducción de Hipoxia (FIH), que en la práctica actúa en el organismo como el interruptor que enciende o apaga al gen de la EPO.
“Curiosamente”, dijo en su momento Semenza, “una de las primera familias en cuyo ADN se encontró un cambio en el receptor de EPO, un FIH hiperactivo, incluía un miembro del equipo olímpico finlandés de esquí de fondo. Es evidente que un FIH hiperactivo sería ideal para ese deporte y para el maratón y también para el ciclismo. Si se pudiera actuar sobre el FIH para activar la producción de EPO sería maravilloso para el tratamiento de ciertas enfermedades, pero peligroso para el deporte, sería un dopaje genético indetectable”.
Pocos años después, las esperanzas y temores de Semenza están cerca de convertirse en realidad. Recientemente el investigador alemán Kai Uwe Eckardt ha publicado que los laboratorios FibroGen tienen en fase 1 de experimentación un medicamento contra la anemia llamado PHD-I FG-2216 (inhibidor de la prolil-hidroxilasa, cuya función es suprimir el FIH) y ha probado que su ingesta oral incrementa la síntesis endógena de EPO. Inevitablemente, su administración a largo plazo incrementará la masa total de hemoglobina y, por tanto, el rendimiento de quien lo tome. Y sería indetectable porque es igual a la que produce el cuerpo.
El sueco Carsten Lundby, una de las autoridades mundiales en la materia, no está aún muy seguro de que lo estén utilizando ahora los deportistas, pero teme que sí, y también teme que sería el reemplazo futuro de la EPO sintética, detectable en la actualidad, y de las transfusiones de sangre en el deporte.

martes, 30 de julio de 2013

textos realistas antirrománticos: Pepita Jiménez ( Juan Valera, 1874)

Al llegar a este punto no podemos menos de hacer notar el carácter de autenticidad que tiene la presente historia, admirándonos de la escrupulosa exactitud de la persona que la compuso. Porque, si algo de fingido, como en una novela, hubiera en estos Paralipómenos, no cabe duda en que una entrevista tan importante y transcendente como la de Pepita y D. Luis se hubiera dispuesto por medios menos vulgares que los aquí empleados. Tal vez nuestros héroes, yendo a una nueva expedición campestre, hubieran sido sorprendidos por deshecha y pavorosa tempestad, teniendo que refugiarse en las ruinas de algún antiguo castillo o torre moruna, donde por fuerza había de ser fama que aparecían espectros o cosas por el estilo. Tal vez nuestros héroes hubieran caído en poder de alguna partida de bandoleros, de la cual hubieran escapado merced a la serenidad y valentía de D. Luis, albergándose luego durante la noche, sin que se pudiese evitar, y solitos los dos, en una caverna o gruta. Y tal vez,   —197→   por último, el autor hubiera arreglado el negocio de manera que Pepita y su vacilante admirador hubieran tenido que hacer un viaje por mar, y aunque ahora no hay piratas o corsarios argelinos, no es difícil inventar un buen naufragio, en el cual don Luis hubiera salvado a Pepita, arribando a una isla desierta o a otro lugar poético y apartado. Cualquiera de estos recursos hubiera preparado con más arte el coloquio apasionado de los dos jóvenes y hubiera justificado mejor a D. Luis. Creemos, sin embargo, que en vez de censurar al autor porque no apela a tales enredos, conviene darle gracias por la mucha conciencia que tiene, sacrificando a la fidelidad del relato el portentoso efecto que haría si se atreviese a exornarle y bordarle con lances y episodios sacados de su fantasía.
Si no hubo más que la oficiosidad y destreza de Antoñona y la debilidad con que D. Luis se comprometió a acudir a la cita, ¿para qué forjar embustes y traer a los dos amantes como arrastrados por la fatalidad a que se vean y hablen a solas con gravísimo peligro de la virtud y entereza de ambos? Nada de eso. Si D. Luis se conduce bien o mal en venir a la cita, y si Pepita Jiménez, a quien Antoñona había ya dicho que D. Luis espontáneamente venía   —198→   a verla, hace mal o bien en alegrarse de aquella visita algo misteriosa y fuera de tiempo, no echemos la culpa al acaso, sino a los mismos personajes que en esta historia figuran y a las pasiones que sienten.
Mucho queremos nosotros a Pepita; pero la verdad es antes que todo, y la hemos de decir, aunque perjudique a nuestra heroína. A las ocho le dijo Antoñona que D. Luis iba a venir; y Pepita, que hablaba de morirse, que tenía los ojos encendidos y los párpados un poquito inflamados de llorar y que estaba bastante despeinada, no pensó desde entonces sino en componerse y arreglarse para recibir a D. Luis. Se lavó la cara con agua tibia para que el estrago del llanto desapareciese hasta el punto preciso de no afear, mas no para que no quedasen huellas de que había llorado; se compuso el pelo de suerte que no denunciaba estudio cuidadoso, sino que mostraba cierto artístico y gentil descuido, sin rayar en desorden, lo cual hubiera sido poco decoroso; se pulió las uñas; y como no era propio recibir de bata a D. Luis, se vistió un traje sencillo de casa. En suma, miró instintivamente a que todos los pormenores de tocador concurriesen a hacerla parecer más bonita y aseada, sin que se trasluciera el menor indicio del arte, del trabajo y del tiempo gastados en   —199→   aquellos perfiles, sino que todo ello resplandeciera como obra natural y don gratuito; como algo que persistía en ella, a pesar del olvido de sí misma, causado por la vehemencia de los afectos.
Según hemos llegado a averiguar, Pepita empleó más de una hora en estas faenas de tocador, que habían de sentirse sólo por los efectos. Después se dio el postrer retoque y vistazo al espejo con satisfacción mal disimulada. Y por último, a eso de las nueve y media, tomando una palmatoria, bajó a la sala donde estaba el Niño Jesús. Encendió primero las velas del altarito, que estaban apagadas; vio con cierta pena que las flores yacían marchitas; pidió perdón a la devota imagen por haberla tenido desatendida mucho tiempo; y, postrándose de hinojos, y a solas, oró con todo su corazón, y con aquella confianza y franqueza que inspira quien está de huésped en casa desde hace muchos años. A un Jesús Nazareno, con la cruz a cuestas y la corona de espinas; a un Ecce-Homo, ultrajado y azotado, con la caña por irrisorio cetro y la áspera soga por ligadura de las manos, o a un Cristo crucificado, sangriento y moribundo, Pepita no se hubiera atrevido a pedir lo que pidió a Jesús, pequeñuelo todavía, risueño, lindo, sano y con buenos colores. Pepita le   —200→   pidió que le dejase a D. Luis; que no se le llevase; porque él, tan rico y tan abastado de todo, podía sin gran sacrificio desprenderse de aquel servidor y cedérsele a ella.
Terminados estos preparativos, que nos será lícito clasificar y dividir en cosméticos, indumentarios y religiosos, Pepita se instaló en el despacho, aguardando la venida de don Luis con febril impaciencia.

Atinada anduvo Antoñona en no decirle que iba a venir, sino hasta poco antes de la hora. Aun así, gracias a la tardanza del galán, la pobre Pepita estuvo deshaciéndose, llena de ansiedad y de angustia, desde que terminó sus oraciones y súplicas con el niño Jesús hasta que vio dentro del despacho al otro niño.


Capítulo II: Paralipómenos, pág,193, según la dedición de la Revista de España, tomo XXXVII, de 28 de marzo de 1874. 

lunes, 15 de julio de 2013

Goya

Autor: Francisco de Goya y LucientesFecha: 1810-12. Museo: Colección Particular
Goya y Lucientes, Francisco de: Fernando VII, ante un campamento. Hacia 1815

E.H. Gombrich (1995): La historia del arte

Goya

Páginas 487-488
Majas en su balcón (h. 1810-1815). Museo Metropolitano de Arte, Nuevo York
El rey Fernando VII en un campamento (h. 1814). Museo del Prado, Madrid.
El coloso (1810-1818)
Los retratos de Goya, que le procuraron un lugar en la corte española, recuerdan superficialmente los retratos de Estado tradicionales de Van Dyck, o los de Reynolds. La maestría con que evoca el brillo de la seda y del oro recuerdan a Ticiano o a Velázquez. Pero al mismo tiempo mira a sus modelos con otros ojos. No es que aquellos maestros halagaran a los poderosos, sino que Goya parece exento de piedad. Goya hacía que en sus rasgos se revelara toda su vanidad y fealdad, su codicia y vacuidad. Ningún pintor de corte anterior o posterior ha dejado un testimonio tal de sus mecenas.

No solo como pintor de retratos se mantuvo Goya independiente de los convencionalismos del pasado. Al igual que Rembrandt, produjo un gran número de aguafuertes, la mayoría de ellos mediante una técnica nueva denominada aguatinta, la cual permite grabar las líneas sino también modificar las manchas. Lo más sorprendente en las estampas de Goya es que no constituyen ilustraciones de ningún tema conocido, sea bíblico, histórico o de género. Muchas de ellas son visiones fantásticas de brujas y de apariciones espantosas. Algunas son consideradas como acusaciones contra los poderes de la estupidez y la reacción, de la opresión y la crueldad humana que observó Goya; otras parecen acabar de dar forma a las pesadillas del artista. 
El Gigante, también llamado El Coloso(estampa suelta, 1814-1818). Grabado a la aguatinta bruñida de Francisco de Goya, sin el espacio inferior destinado al epígrafe.
El coloso representa uno de los más alucinantes de sus sueños: la figura de un gigante sentado en el borde del mundo. Podemos calcular sus proporciones colosales por el menudo paisaje del primer término, y ver cómo se transforman en simples manchas casas y castillos enanos. Podemos hacer girar nuestra imaginación en torno a esta aparición horrible, que está conseguida con tanta claridad en sus perfiles como si hubiera sido estudiada del natural. El monstruo está sentado como un íncubo maligno, sobre un paisaje a la luz de la luna. ¿Pensaba Goya en la suerte de su país, oprimido por las garras y la insensatez humanas? ¿O creó simplemente una imagen, como si fuera un poema? Pues fue este el efecto más destacado de la ruptura de la tradición: los artistas pasaron a sentirse en libertad de plasmar sus visiones sobre el papel como solo los poetas habían hecho hasta entonces.

Del Neoclasicismo al Romanticismo: del color a los nocturnos

Peregrinación a la isla de Citera
(Pèlerinage à l'île de Cythère)
Antoine Watteau1717
Museo del Louvre, París
Se eliminaron los colores con la muerte de Madame Pompadour y aparecieron los nocturnos y los poetas vestidos de negro.
Cita de Remo Bodei en El mundo de los sentimientos.
Caspar David FriedrichEl caminante sobre el mar de nubes

domingo, 7 de julio de 2013

Mujeres que hablan de sus vidas

La buena noticia es que, en el transcurso de las cuatro o cinco últimas generaciones, el mundo ha dado un salto gigantesco hacia la superación del sexismo, cambiando de manera drástica (al menos, en Occidente) unos modos de vida milenarios. La mala noticia es que, sí, en efecto, el machismo aún perdura. Y además, ese machismo es una ideología en la que se nos educa a todos, hombres y mujeres, de manera que nosotras también caemos como moscas en las trampas sexistas.
Por ejemplo, lo dije hace ya años y lo he repetido varias veces, pero es una de esas obviedades que por desgracia hay que remachar, porque siguen ocurriendo: me desespera que, cuando una autora escribe una novela protagonizada por una mujer, todo el mundo piense que está hablando de mujeres, mientras que cuando un hombre escribe una novela protagonizada por un varón, todo el mundo piensa que está hablando del género humano. Y lo peor es que en este reduccionismo machista participan también muchas lectoras; montones de mujeres que creen que, por poner un personaje principal femenino, estás hablando específicamente de “nosotras”. Pues no. No es verdad. Al menos, no es verdad para mí. Yo no tengo ningún interés en hablar de mujeres; quiero hablar del género humano, pero es que la mitad de ese género humano es femenino. E incluso, si en mis libros aparece en algún momento una referencia a las limitaciones sociales que pudo encontrar una mujer por el sexismo, con ello también estoy hablando de los hombres, porque los varones participan en esa situación sexista, también es cosa de ellos. Es un juego a dos, en fin, cosa que entendemos perfectamente cuando leemos una novela sobre los magnates de la industrialización y los obreros, por ejemplo. Pero con las mujeres, ay, con las mujeres seguimos sin verlo tan claro.
Se me han venido de repente a la cabeza todas estas ideas sobre literatura y machismo porque acabo de leer, uno detrás de otro, tres libros de mujeres que acaban de publicarse y que, curiosamente, son todos de alguna manera autobiográficos. Y resulta que, cuando empecé a publicar narrativa hace 34 años, en nuestra sociedad, mucho más sexista por entonces, corría el despectivo tópico de que las autoras solían escribir novelitas testimoniales en las que contaban sus pequeñas vidas. Hablar de lo personal en una mujer, en fin, era sinónimo de insustancialidad y de nadería literaria. Mientras que a los varones que utilizaban recursos biográficos eso jamás se les tuvo en cuenta.

Si en mis libros aparece una referencia a las limitaciones sociales que pudo encontrar una mujer, también hablo de los hombres, también es cosa de ellos
Una prueba innegable de que hemos mejorado y de que la torpe estructura del sexismo, que es una jaula que nos apresa a todos, se sigue derrumbando día tras día es que hoy ese tópico ya no tiene apenas defensores. Así que ahora podemos disfrutar más libremente de textos tan bellos como los que han redactado estas tres mujeres al hilo de sus vidas. El primero, y más clásico, dicho en el sentido mejor de la palabra, esTiempo de inocencia, de Carme Riera (Alfaguara), unas memorias de niñez escritas con esa maravillosa elegancia y esa madurez expresiva que son el sello distintivo de la autora. Un libro con amor y humor, envuelto en un punzante aroma de nostalgia. “Inventamos la literatura para escribir sobre cuanto hemos perdido”, dice Carme. Estoy de acuerdo con ella, aunque no sólo; también creo que escribimos para intentar otorgarles al mal y al dolor un sentido que en realidad sabemos que no tienen.
Otro libro personal y conmovedor es Un comunista en calzoncillos, de la argentina Claudia Piñeiro (Alfaguara). Es probablemente el más original de los tres, una mezcla de relato corto y memoria biográfica, con añadidos que forman una especie de rompecabezas y que se pueden pegar a lo que estás leyendo en el orden que quieras (muy cortazariano) y con fotos preciosas de la infancia de la autora. Lleno de intimidad, de emoción y, a la vez, paradójicamente, de ficción.
Y por último está el libro de Laura Freixas Una vida subterránea (Errata Naturae), que es nada más y nada menos que su diario íntimo de los años 1991 al 1994, publicado ahora casi sin retocar. Y este texto, aunque no sea el más original, sin duda es el más sorprendente, porque en España no tenemos apenas tradición de este tipo de memorialismo de altura, sincero y al mismo tiempo literario, y mucho menos escrito por una mujer. Un texto que sorprende por su autenticidad, que se lee con fascinación y cuya degustación sólo puede ser enturbiada por el morbo de saber a qué famoso se está refiriendo cuando critica a alguien oculto bajo siglas. O sea: cuando hablan de sí mismas, las mujeres pueden ser así de apasionantes. Porque resulta que también están hablando de la vida de todos.
http://elpais.com/elpais/2013/07/04/eps/1372935503_898195.html

José de Cadalso ( 1788-1789 ) Carta XLIV, Cartas marruecas.

De Nuño a Gazel, respuesta de la antecedente
(...) El siglo pasado no nos ofrece cosa que pueda lisonjearnos. Se me figura España desde fin de 1500 como una casa grande que ha sido magnífica y sólida, pero que por el discurso de los siglos se va cayendo y cogiendo debajo a los habitantes. Aquí se desploma un pedazo del techo, allí se hunden dos paredes, más allá se rompen dos columnas, por esta parte faltó un cimiento, por aquélla se entró el agua de las fuentes, por la otra se abre el piso; los moradores gimen, no saben dónde acudir; aquí se ahoga en la cuna el dulce fruto del matrimonio fiel; allí muere de golpes de las ruinas, y aun más del dolor de ver a este espectáculo, el anciano padre de la familia; más allá entran ladrones a aprovecharse de la desgracia; no lejos roban los mismos criados, por estar mejor instruidos, lo que no pueden los ladrones que lo ignoran.
Si esta pintura te parece más poética que verdadera, registra la historia, y verás cuán justa es la comparación. Al empezar este siglo, toda la monarquía española, comprendidas las dos Américas, media Italia y Flandes, apenas podía mantener veinte mil hombres, y ésos mal pagados y peor disciplinados. Seis navíos de pésima construcción, llamados galeones, y que traían de Indias el dinero que escapase los piratas y corsarios; seis galeras ociosas en Cartagena, y algunos navíos que se alquilaban según las urgencias para transporte de España a Italia, y de Italia a España, formaban toda la armada real. Las rentas reales, sin bastar para mantener la corona, sobraban para aniquilar al vasallo, por las confusiones introducidas en su cobro y distribución. La agricultura, totalmente arruinada, el comercio, meramente pasivo, y las fábricas, destruidas, eran inútiles a la monarquía. Las ciencias iban decayendo cada día. Introducíanse tediosas y vanas disputas que se llamaban filosofía; en la poesía admitían equívocos ridículos y pueriles; el Pronóstico, que se hacía junto con el Almanak, lleno de insulseces de astrología judiciaria, formaba casi toda la matemática que se conocía; voces hinchadas y campanudas, frases dislocadas, gestos teatrales iban apoderándose de la oratoria práctica y especulativa. Aun los hombres grandes que produjo aquella era solían sujetarse al mal gusto del siglo, como hermosos esclavos de tiranos feísimos. ¿Quién, pues, aplaudirá tal siglo?

 Pero ¿quién no se envanece si se habla del siglo anterior, en que todo español era un soldado respetable? Del siglo en que nuestras armas conquistaban las dos Américas y las islas de Asia, aterraban a África e incomodaban a toda Europa con ejércitos pequeños en número y grandes por su gloria, mantenidos en Italia, Alemania, Francia y Flandes, y cubrían los mares con escuadras y armadas de navíos, galeones y galeras; del siglo en que la academia de Salamanca hacía el primer papel entre las universidades del mundo; del siglo en que nuestro idioma se hablaba por todos los sabios y nobles de Europa. ¿Y quién podrá tener voto en materias críticas, que confunda dos eras tan diferentes, que parece en ellas la nación dos pueblos diversos?  (...)
     La predilección con que se suele hablar de todas las cosas antiguas, sin distinción de crítica, es menos efecto de amor hacia ellas que de odio a nuestros contemporáneos. Cualquiera virtud de nuestros coetáneos nos ofende porque la miramos como un fuerte argumento contra nuestros defectos; y vamos a buscar las prendas de nuestros abuelos, por no confesar las de nuestros hermanos, con tanto ahínco que no distinguimos al abuelo que murió en su cama, sin haber salido de ella, del que murió en campaña, habiendo vivido siempre cargado con sus armas; ni dejamos de confundir al abuelo nuestro, que no supo cuántas leguas tiene un grado geográfico, con los Álavas y otros, que anunciaron los descubrimientos matemáticos hechos un siglo después por los mayores hombres de aquella facultad. Basta que no les hayamos conocido, para que los queramos; así como basta que tratemos a los de nuestros días, para que sean objeto de nuestra envidia o desprecio (...)

El Siglo de las Luces (introducción de Joan Sureda)

El Siglo de las Luces (1996) (introducción de Joan Sureda), en  Historia del Arte Español, Planeta (Vol.VIII), págs:5-6

En 1762 Jean Jaques Rousseau publicó Du contrat social ou principes du droit politique, obra en la que el filósofo francés replanteaba  las relaciones entre la legítima aspiración que tiene el individuo de alcanzar la felicidad y la necesidad de que progrese el bien común o social. Para que ambas exigencias lleguen a buen fin, el hombre, según Rousseau, debería renunciar a sus derechos naturales y abandonarse a la protección del estado, que procuraría la libertad y la igualdad de todos los seres humanos; el legislador, intérprete de la voluntad del pueblo soberano, no habría de actuar más en beneficio de las minorías ostentadoras del poder, aristocrático o económico, sino en aras de proteger el bienestar social; las sociedades deberían gobernarse por los principios de la democracia y Roma habría de ser considerada como modelo para la creación de una verdadera religión de Estado.
El 26 de marzo de 1800, Gaspar Melchor de Jovellanos, desde su exilio en Gijón, escribía a Carlos IV: "Señor: Un extranjero que arribó a este puerto la semana pasada aseguró que acababa de imprimirse en Francia una traducción castellana de la obra titulada El contrato social y que en ella se habían insertado algunas notas que deben ser más peligrosas y subversivas que la misma obra.(...) Por tanto aunque no haya visto este libro (...) me apresuro lleno de inquietud y amargura, a elevarla a la suprema atención de V. M. :1º) A fin de que si fuese de su real agrado mande dar las más prontas y eficaces providencias para estorbar la entrada de libro tan pernicioso en sus dominios. 2º) Para que mande inqurir su autor e imponerle el condigno castigo (...)"
Aunque el hecho no es infrecuente en la España de finales del siglo XVIII, no deja de extrañar que, en el momento crítico en que Europa rompía el equilibrio social que había legtimado secularmente a la monarquía, un hombre del talante de Jovellanos - uno de los más notables intelectuales del siglo XVIII español, si no el que más; el ilustrado que como jurista, hombre de Estado y escritor dio a luz al reinado de Carlos III; aquel que su amigo Francisco de  Goya pintó elegante y melancólicamente sentado junto a su mesa de trabajo (...) se dirigiese a un rey voluble y débil como era Carlos IV instándolo a aque actuase como inquisidor de las ideas que hasta entonces habían guiado su intelecto.
El hecho, por extraño y paradójico que parezca, refelja en cualquier caso una España alarmada por el devenir de la Revolución Francesa, asustada por sus estragos; (...)
En la evolución de España se echa en falta el asentamiento de la revolución enciclopedista dieciochesca, ya que si bien gozó de gentes ilustradas e incluso de monarcas propicios a las Luces, como lo fue - con reservas- Carlos III, no feu acapaz de alcanzar el triunfo de la Ilustración.(...)

Gaspar Melchor de Jovellanos(1785) :Memoria sobre si se debían o no admitir las señoras en le Sociedad Económica de Madrid.

Gaspar Melchor de Jovellanos(1785): Memoria sobre si se debían o no admitir las señoras en le Sociedad Económica de Madrid (fragmentos): Madrid, Taurus, 1979.

(...) Paréceme que la dmisión de las señoras se deberá hacer en la forma común. (...)
Llamemos a esta morada de patriotismo a aquellas ilustres damas que han sabido preservarse del contagio (del desorden moral imperante en la época); honrémoslas con nuestro aplauso, con nuestras adoraciones; hagámoslas un objeto de emulación y competencia en medio de su sexo; abramos estas puertas a las que vengan a imitarlas; inspiremos en todas el amor a las virtudes sociales, el aprecio de las obligaciones domésticas, y hagámoslas conocer que no hay placer ni vrdadera gloria fuera de la virtud.
(...)
En suma, el conocimiento de los talentos, las afecciones, las conveniencias de cada una, nos abrirá un manantial inagotable de recursos, que podremos esperar de su parte.
(...)
Concluyo, pues , diciendo que las señoras deben ser admitidas con las mismas formalidades y derechos que los demás individuos, que no debe formarse de ellas clase separada; que se debe recurrir a su consejo y a su auxiliio en las materias propias de su sexo, y del celo, talento y facultades de cada una; y finalmente, que todoe sto se debe acordar por acta formal, y si pareciese, extender un reglamento separado que fije esta materia para lo sucesivo

martes, 2 de julio de 2013

Discurso de Amos Oz al recibir el Premio P. de Asturias de las Letras (2007)

Si adquieres un billete y viajas a otro país, es posible que veas las montañas, los palacios y las plazas, los museos, los paisajes y los enclaves históricos. Si te sonríe la fortuna, quizá tengas la oportunidad de conversar con algunos habitantes del lugar. Luego volverás a casa cargado con un montón de fotografías y de postales.

Pero, si lees una novela, adquieres una entrada a los pasadizos más secretos de otro país y de otro pueblo. La lectura de una novela es una invitación a visitar las casas de otras personas y a conocer sus estancias más íntimas.

Si no eres más que un turista, quizá tengas ocasión de detenerte en una calle, observar una vieja casa del barrio antiguo de la ciudad y ver a una mujer asomada a la ventana. Luego te darás la vuelta y seguirás tu camino.

Pero como lector no sólo observas a la mujer que mira por la ventana, sino que estás con ella, dentro de su habitación, e incluso dentro de su cabeza.

Cuando lees una novela de otro país, se te invita a pasar al salón de otras personas, al cuarto de los niños, al despacho, e incluso al dormitorio. Se te invita a entrar en sus penas secretas, en sus alegrías familiares, en sus sueños.

Y por eso creo en la literatura como puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizarse contra el fanatismo. La capacidad de imaginar al prójimo no sólo te convierte en un hombre de negocios más exitoso y en un mejor amante, sino también en una persona más humana.

Parte de la tragedia árabe-judía es la incapacidad de muchos de nosotros, judíos y árabes, de imaginarnos unos a otros. De imaginar realmente los amores, los miedos terribles, la ira, los instintos. Demasiada hostilidad impera entre nosotros y demasiada poca curiosidad.

Los judíos y los árabes tienen algo en común: ambos han sufrido en el pasado bajo la pesada y violenta mano de Europa. Los árabes han sido víctimas del imperialismo, del colonialismo, de la explotación y la humillación. Los judíos han sido víctimas de persecuciones, discriminación, expulsión y, al final, el asesinato de un tercio del pueblo judío.

Cabría suponer que dos víctimas, y sobre todo dos víctimas de un mismo perseguidor, desarrollarían cierta solidaridad entre ellas. Desgraciadamente las cosas no son así, ni en las novelas ni en la vida real. Por el contrario, algunos de los conflictos más terribles son aquellos que se producen entre dos víctimas de un mismo perseguidor. Los dos hijos de un progenitor violento no tienen por qué amarse necesariamente. Con frecuencia ven reflejada el uno en el otro la imagen del cruel progenitor.

Exactamente así es la situación entre judíos y árabes en Oriente Medio: mientras los árabes ven en los israelíes a los nuevos cruzados, la nueva reencarnación de la Europa colonialista, muchos israelíes ven en los árabes la nueva personificación de nuestros perseguidores del pasado: los responsables de los pogroms y los nazis.

Esta realidad impone a Europa una especial responsabilidad en la solución del conflicto árabe-israelí: en lugar de alzar un dedo acusador hacia una u otra de las partes, los europeos deberían mostrar afecto y comprensión y prestar ayuda a ambas partes. Ustedes no tienen por qué seguir eligiendo entre ser pro-israelíes o pro-palestinos. Deben estar a favor de la paz.

La mujer de la ventana puede ser una mujer palestina de Nablus y puede ser una mujer israelí de Tel Aviv. Si desean ayudar a que haya paz entre las dos mujeres de las dos ventanas, les conviene leer más acerca de ellas. Lean novelas, queridos amigos, aprenderán mucho.

Las cosas irían mejor si también cada una de esas dos mujeres leyese acerca de la otra, para saber, al menos, qué hace que la mujer de la otra ventana tenga miedo o esté furiosa, y qué le infunde esperanza.

No he venido esta tarde a decirles que leer libros vaya a cambiar el mundo. Lo que he sugerido es que creo que leer libros es uno de los mejores modos de comprender que, en definitiva, todas las mujeres de todas las ventanas necesitan urgentemente la paz.

Quiero agradecer a los miembros del jurado del premio Príncipe de Asturias que me hayan otorgado este maravilloso Premio. Muchas gracias y mis mejores deseos a todos ustedes. Shalom u-brajá.

Nota tomada de: http://cultura.elpais.com/cultura/2007/10/26/actualidad/1193349607_850215.html