lunes, 15 de julio de 2013

Goya

Autor: Francisco de Goya y LucientesFecha: 1810-12. Museo: Colección Particular
Goya y Lucientes, Francisco de: Fernando VII, ante un campamento. Hacia 1815

E.H. Gombrich (1995): La historia del arte

Goya

Páginas 487-488
Majas en su balcón (h. 1810-1815). Museo Metropolitano de Arte, Nuevo York
El rey Fernando VII en un campamento (h. 1814). Museo del Prado, Madrid.
El coloso (1810-1818)
Los retratos de Goya, que le procuraron un lugar en la corte española, recuerdan superficialmente los retratos de Estado tradicionales de Van Dyck, o los de Reynolds. La maestría con que evoca el brillo de la seda y del oro recuerdan a Ticiano o a Velázquez. Pero al mismo tiempo mira a sus modelos con otros ojos. No es que aquellos maestros halagaran a los poderosos, sino que Goya parece exento de piedad. Goya hacía que en sus rasgos se revelara toda su vanidad y fealdad, su codicia y vacuidad. Ningún pintor de corte anterior o posterior ha dejado un testimonio tal de sus mecenas.

No solo como pintor de retratos se mantuvo Goya independiente de los convencionalismos del pasado. Al igual que Rembrandt, produjo un gran número de aguafuertes, la mayoría de ellos mediante una técnica nueva denominada aguatinta, la cual permite grabar las líneas sino también modificar las manchas. Lo más sorprendente en las estampas de Goya es que no constituyen ilustraciones de ningún tema conocido, sea bíblico, histórico o de género. Muchas de ellas son visiones fantásticas de brujas y de apariciones espantosas. Algunas son consideradas como acusaciones contra los poderes de la estupidez y la reacción, de la opresión y la crueldad humana que observó Goya; otras parecen acabar de dar forma a las pesadillas del artista. 
El Gigante, también llamado El Coloso(estampa suelta, 1814-1818). Grabado a la aguatinta bruñida de Francisco de Goya, sin el espacio inferior destinado al epígrafe.
El coloso representa uno de los más alucinantes de sus sueños: la figura de un gigante sentado en el borde del mundo. Podemos calcular sus proporciones colosales por el menudo paisaje del primer término, y ver cómo se transforman en simples manchas casas y castillos enanos. Podemos hacer girar nuestra imaginación en torno a esta aparición horrible, que está conseguida con tanta claridad en sus perfiles como si hubiera sido estudiada del natural. El monstruo está sentado como un íncubo maligno, sobre un paisaje a la luz de la luna. ¿Pensaba Goya en la suerte de su país, oprimido por las garras y la insensatez humanas? ¿O creó simplemente una imagen, como si fuera un poema? Pues fue este el efecto más destacado de la ruptura de la tradición: los artistas pasaron a sentirse en libertad de plasmar sus visiones sobre el papel como solo los poetas habían hecho hasta entonces.

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