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MADRID, 12 de junio de 2003
Señores Académicos:
Estar aquí esta tarde es favor altísimo y honra siempre codiciada, en palabras que son venerables en este recinto. Aunque
ese favor y esa honra yo no los hubiera codiciado nunca, ni los imaginara
siquiera, hasta que ilustres miembros de esta institución, a la mayor parte de
los cuales no conocía sino por su prestigio, trabajo y magisterio, me hicieron
el inmenso honor de proponer mi nombre para ocupar el sillón de la letra T.
Eso me ha colocado en una doble
incomodidad. Primero, por encontrarme hoy aquí, en lugar de otros escritores
cuyo trabajo admiro y respeto. Y también porque quien me precedió en el sillón
que hoy ocupo fue el profesor don Manuel Alvar. Cualquier orgullo o
satisfacción que yo pueda sentir por hallarme aquí se templa y hace modesto
ante su obra y su recuerdo.
Con profundo respeto y agradecimiento,
como escritor que trabaja con la lengua española que el profesor Alvar tanto
amó, tengo que recordar a mi insigne predecesor en este sillón que me dispongo
a ocupar. Y por si no bastara el inmenso caudal de su obra, y mi deuda (nuestra
deuda) con ella, tengo el privilegio de que algunos de sus discípulos, de esas
decenas de miles que tiene repartidos por el mundo de habla hispana, sean mis
amigos; y en boca de ellos obtuve hace tiempo la costumbre de pronunciar
siempre el nombre de don Manuel Alvar con veneración absoluta. Es difícil
contar todo lo que hizo. Sería más fácil hacer recuento de lo que no hizo, al
mencionar la obra de este pionero en la globalización de la filología española. Doctor honoris causa de 25
universidades, adelantado en el estudio del español del sur de los Estados
Unidos y en el análisis de la sociolingüística al estudiar el español de las
Canarias, el hondo saber de aquel maestro indiscutible de la dialectología
española abarcó historia de la lengua, sociolingüística, toponimia, literatura
contemporánea, literatura medieval, cronistas de Indias, fonética, poesía
popular, lengua y literatura sefardí, y culminó en la titánica obra de los
atlas lingüísticos, donde trazó la casi totalidad de la geografía del español;
con especial atención a esa América que, en sus propias palabras, fue su
ventana, desde el norte del río Bravo hasta la Tierra del Fuego, desde Puerto
Rico hasta Ecuador. Y entre sus 40.000 páginas escritas y 859 títulos
publicados, dos de esos títulos pueden considerarse un manifiesto oportunísimo
para estos tiempos y esta Casa: Variedad
y unidad del español y La lengua como libertad.
Con esa lengua hermosa y libre a la que el
profesor Alvar dedicó su vida entera, trabajo como escritor, como novelista,
desde hace diecisiete años. Por eso hoy elijo un asunto que me es querido y
familiar, desde que en 1995 empecé una serie de novelas históricas ambientadas
en el siglo XVII, con intención de explicar, a la generación de mi hija, la
España en la que hoy vivimos. Somos lo que somos porque, para bien o para mal
(a menudo más para mal que para bien), fuimos lo que fuimos. En ese intento por
recuperar una memoria ofuscada por la demagogia, la simpleza y la ignorancia,
elegí como protagonista a un soldado veterano de Flandes que malvive alquilando
su espada. El trabajo de ambientación histórica y el necesario rigor del
lenguaje me llevaron a adentrarme, también, por los vericuetos fascinantes del
habla de germanía: esa lengua marginal, paralela a la general y en continua
interacción con ella, que ha evolucionado con el tiempo para conservar su
utilidad hermética; y que hoy es lo que algunos llamamos golfaray: el
argot de los delincuentes y de las cárceles. Pues, como ya apuntaban las
jácaras del siglo XVI:
Habla nueva germanía
porque no sea descornado;
que la otra era muy vieja
y la entrevan los villanos. 1
porque no sea descornado;
que la otra era muy vieja
y la entrevan los villanos. 1
Con cuatro novelas de esa serie escritas y
con una quinta a punto de acabar, el asunto me resulta cercano. Por eso decidí
que mi discurso de entrada en la Real Academia Española trataría del habla de
un delincuente, de un bravo. Un valentón, en este caso, de los que en el Siglo
de Oro vivían mitad de las mujeres, mitad de alquilar su espada, o su cuchillo:
un rufián, o jaque. El habla de esa gente quedó recogida en una abundante
literatura contemporánea, incluidas brillantes páginas realistas de los más
grandes autores de aquel tiempo; no en vano por la cárcel de Sevilla, por citar
sólo una, pasaron Mateo Alemán y Miguel de Cervantes (nada tiene que ver el
idealismo con lo que se decía en el patio de Monipodio). Han transcurrido
cuatro siglos, y esa jerga del hampa, riquísima, barroca, salpicada de rezos y
blasfemias, no está muerta ni es una curiosidad filológica. Además de su
influencia en el español que hablamos hoy, la germanía del XVI y XVII es un
deleite de ingenio y una fuente inagotable de posibilidades expresivas. A
menudo recurro a ella en mis novelas sobre el Siglo de Oro español, y les
aseguro (o son mis lectores quienes lo hacen) que, debidamente contextualizada,
todavía funciona. Para demostrarlo, con esa habla quiero contarles una
historia. En parte me beneficio del trabajo de otros: profesores y estudiosos,
algunos de los cuales se sientan en esta Real Academia. En el resto, de mis
lecturas. En todo caso, he querido utilizar para este discurso de ingreso mi
propia biblioteca: los libros con los que documento las novelas del capitán
Alatriste. Por eso esto debe considerarse no una pretensión de filólogo o lexicógrafo,
sino una aproximación como lector. Como lector, insisto, que accidentalmente
escribe novelas. Como corsario ante un rico botín que saqueo sin escrúpulos, a
fin de narrar con la mayor eficacia posible. Tal es el privilegio del escritor
de ficción que maneja una lengua tan hermosa como la nuestra. Con esa lengua (y
esto no es en absoluto una obviedad) he construido este discurso.
EL HABLA DE UN BRAVO DEL SIGLO XVII
El bravo, el valentón, se levanta tarde. La noche, que él llama sorna, es su
territorio; y a veces, para su gusto y oficio, algunas clareas(algunos
días) tienen demasiada luz. Ya empieza a bajar el sol sobre los tejados de la ancha, la
ciudad (que en este caso es Madrid), cuando nuestro hombre se echa fuera de la piltra, carraspeando
para aclararse la gorja.
Se le nota en la cara, que él llama sobrescrito, en lo desordenado de los bigotes y en los ojos
inyectados en sangre, que anoche y hasta de madrugada dio a la bufia y besó el jarro más de lo prudente, que el sueño ha sido escaso, y que
la borrachera, la zorra, aún
está a medio desollar. Era de lo fino, por supuesto. De lo caro. Y de
remate, para terminar de cargar
delantero, otro vino dulce como alquitara de
monja moza, y espeso como sangre de Cristo. El caso es que nuestro jaque se
lava un poco, y tras mirarse en el azogue la zanja que
le santigua la
cara (recuerdo de una cuchillada, ojiferazo, de seis puntos, porque a veces es uno quien madruga, y
otras veces nos madrugan otros), se compone con parsimonia los bigotes, que son
fieros, de guardamano, apuntándole mucho a los ojos. Que entre la gente de la carda, o de
la hoja, la valentía se estima según el tamaño de los bigotes,
la barba de gancho y el mirar zaino, valiente, de quien es (o parece) capaz de
reñir con el Dios que lo engendró. Pues él es uno de esos de quienes dice la
jácara:
En ese mar de la Corte
donde todo el mundo campa,
toda engañifa se entrucha
y toda moneda pasa;
donde sin ser conocidos
tantos jayanes del hampa
tiran gajes, censos cobran
de las izas y las marcas;
donde, haciendo punto de honra
esto de la vida ancha,
andan como cazadores
viviendo de lo que matan. 2
donde todo el mundo campa,
toda engañifa se entrucha
y toda moneda pasa;
donde sin ser conocidos
tantos jayanes del hampa
tiran gajes, censos cobran
de las izas y las marcas;
donde, haciendo punto de honra
esto de la vida ancha,
andan como cazadores
viviendo de lo que matan. 2
Se viste nuestro bravo, tintineándole al
cuello el crucifijo de plata y las medallas de santos (que en la España del rey
católico, paladín de la verdadera religión, una cosa no quita la otra). En lo
terrenal, lo suyo no es indumento de lindo, sino propio de la jacarandaina. Un poco a lo soldado, pese a no haberlo sido nunca. A
él, las guerras de Flandes y de Italia le pillan demasiado lejos, y es de los
que dirían, en palabras de Lope:
Bien mirado, ¿qué me
han hecho
los luteranos a mí?
Jesucristo los crió,
y puede, por varios modos,
si Él quiere, acabar con todos
mucho más fácil que yo. 3
los luteranos a mí?
Jesucristo los crió,
y puede, por varios modos,
si Él quiere, acabar con todos
mucho más fácil que yo. 3
El caso es que se viste, como decía, con
aires de mílite, cosa a menudo propia de la gente de la hojarasca. Aunque
no haya oído en su vida zurrear de
veras un arcabuzazo, y al turco y al luterano no los conozca sino de los
corrales de comedias, él y sus compadres suelen dárselas de veteranos de los
tercios o de las galeras del rey. Y alguno lo es, en efecto; pero no de
tragafuegos de cubierta, sino comobogavante en gurapas: como galeote. El caso es que el valentón se pone la
camisa, que no es lo que en jerga de su oficio llaman unacairelota, una camisa elegante, sino una lima sencilla,
y no muy limpia (nuestro jaque ignora, por supuesto, que esta palabra, lima por
camisa, como varias de su parla, seguirá utilizándose en el golfaray que
hablarán los delincuentes del siglo xxi; habiéndose perdido, sin embargo, otras
variantes como alcandora, amiga, carona, hermana, prima y certa, o serta).
Se pone luego el bravo los alares (palabra que también ha llegado hasta la jerga
rufianesca de nuestro tiempo), que en el siglo XVII no se llaman todavía
pantalones, sino calzones: gregüescos, en este caso, más modernos que las
calzas a las que, en tiempos de su padre y su abuelo, los hampones honraban con
los nombres germanes de leonas o follososas.
Enfunda luego las gambas en
las cáscaras, las
medias, y después se calza lo que algunos germanes llaman duros, o pisantes, pero
que él prefiere denominar calcos, tal vez porque le suena (y así es, aunque él no lo
sabe) palabra más culta e hidalga (otra, por cierto, que llegará también hasta
nuestros días), y porque el acto de poner pies en polvorosa, propio de su
oficio sobre todo cuando asoma gurullada de alguaciles y corchetes, suena más digno cuando se
lo define con la palabra calcorrear. Pues los hombres
de hígados como nuestro bravo no se van, sino que se alonan.
No corren, sino calcorrean.
Nunca huyen, sino que se trasponen, se alargan, redoblan, las afufan o se van al ángel. Sin olvidar la expresión más común en el ambiente: peñas y buen tiempo.
Y viendo que a la
Justicia
quien no temerla codicia
ni noble ni cuerdo es,
volví la espalda, y huyendo
en vuestra casa me entré. 4
quien no temerla codicia
ni noble ni cuerdo es,
volví la espalda, y huyendo
en vuestra casa me entré. 4
Completa nuestro bravo su indumento con unas grullas o
polainas sobre los calcos, que abotona con parsimonia, y luego busca lacarlanca: un cuello de camisa con pretensiones de valona, usado
de tres días y almidonado de grasa, pero no hay otro. Después se pone el apretado, o
jubón. Por su oficio debería cubrirse el torso con un coleto
de ante o de cuero, como de soldado, o mejor con un jaco o
cota de malla, también llamada once
mil o cofradía; pero las premáticas del rey nuestro señor lo prohíben
para el callejeo. De manera que se conforma con lo que él llama un cotón doble: un
jubón forrado de estopilla, con más remiendos que el parche de un tambor en
Flandes, y que a un arrojado de braveza siempre lo ayuda algo cuando granizan cuchilladas. Así
vestido, el valentón mete en la sacocha de la goda(así llama al bolsillo de la derecha) la bolsa, en
germanía cuadrada o cigarra, que
tras el apiorno de
anoche anda ligera, cargada sólo con unos pocos charneles. Y
en el puño del jubón, sobre la cerra
lerda (la mano izquierda), introduce un mocante de
lienzo fino, primorosamente bordado por su marca, su
hembra, una bachillera del abrocho que es anzuelo
de su bolsa en una manfla (una mancebía) de la calle de la Comadre. Pues nuestro
bravo puede responder, como el soldado de la comedia lopesca, en Zalamea:
Después mira por la ventana. El tiempo no
es malo; pero a la noche, refresca. Mejor capa que herreruelo. Descarta, pues,
el bonito y
recurre a la abuela, también
llamada red, o pelosa.
Antes de ponérsela sobre los hombros, por supuesto, nuestro rufo se
ciñe los instrumentos propios de su oficio: tachonado de
cuero, que así llama él al cinto, con espada, o mejor toledana, de
cazoleta y grandes gavilanes, larga de seis o siete jemes, casi
palmos, a la que él gusta llamar centella y a veces durindana: esto último porque, aunque apenas sabe escribir (y se
le da una higa, porque en España nunca fue de hidalgos leer ni hacer buena
letra), nuestro bravonel posee
una cultura elemental, popular, procedente de los corrales de comedias, las
jácaras y los romances oídos en los mentideros, en las tabernas y en las
plazas. Como una de sus loas favoritas, la de la Espada, que se sabe de
memoria:
No estoy solo, pues me
guarda
esta espada que me ciño.
El que la lleva a su lado
lleva cruz, defensa, amigo,
valor, adorno, nobleza,
honra, desenfado, aviso. 6
esta espada que me ciño.
El que la lleva a su lado
lleva cruz, defensa, amigo,
valor, adorno, nobleza,
honra, desenfado, aviso. 6
Aunque en realidad su gusto tiende más al
lenguaje de la jacaranda, que es su garla, y en la que se encuentra más a sus anchas cuando oye
eso de:
A la capa llama nube,
dice al sombrero tejado,
respeto llama a la espada,
que por ella es respetado. 7
dice al sombrero tejado,
respeto llama a la espada,
que por ella es respetado. 7
O lo de:
En fin. Por aquello de que para ir artillado más
vale que sobre y no que falte, completa nuestro bravo el equipo con una ganchosavizcaína:
una daga de ganchos, atravesada en los riñones y al alcance de la zurda, lista
para salir como un relámpago. Que, en el oficio
de valentía, hombre precavido mata por dos, o por siete; y en
materia de madrugarle al prójimo siempre valió más una hora antes que un minuto
después. Pues nuestro bravote es
de aquellos a quienes hacía decir Calderón:
¿Y cuántos hombres son
estos
que he de matar? Porque vaya,
con que si no son cincuenta,
con menos no hacemos nada. 9
que he de matar? Porque vaya,
con que si no son cincuenta,
con menos no hacemos nada. 9
Y como en materia de precauciones nunca
hay nada superfluo, también esconde en la caña de la grulla goda, o
polaina derecha, lo que nosotros llamaríamos cuchillo, pero que él prefiere
llamar desmallador: cachas
amarillas, corto y de filo bien amolado (pieza clave, ésta, en la panoplia de
cualquier alentado que
se precie, y que se conoce también, en el oficio, por los elocuentes nombres de filosillo, secreto,
agujón, barahustador y enano).
Así equipado, nuestro rufián requiere el gavión o chapeo, el sombrero, que él prefiere llamar tejado, y
que es de mucha falda, con toquilla y pluma. Se lo arrisca a lo bravonel y sale
a la calle con mucho ruido del hierro que carga encima y el andararrufaldado y zambo (nosotros diríamos chulesco) de los valientes:
Rebosando valentía
entró Santurde el de Ocaña;
zaino viene de bigotes
y atraidorado de barba.
Un locutorio de monjas
es guarnición de la daga,
que en puribus trae al lado
con más hierro que Vizcaya. 10
entró Santurde el de Ocaña;
zaino viene de bigotes
y atraidorado de barba.
Un locutorio de monjas
es guarnición de la daga,
que en puribus trae al lado
con más hierro que Vizcaya. 10
Cruza la plaza procurando no pisar los
cagajones de las caballerías, y su ojo avisado advierte los trajines de la vida
que late alrededor. El sitio es de posadas: bullen foranos, buscavidas, daifas de
medio manto, acechonas encubiertas
que traen dueñas para florear a
incautos, ociosos y mendigos, o capachas, con mutilaciones reales o fingidas que, de creerlos,
estuvieron en Amberes, en Nieuport y hasta en Lepanto, y que andan a la brivia pidiendo limosna de la manera que suelen los mendigos
españoles: con muchos fieros y palabras arrogantes, como si el sonante se
les debiera por derecho, y la única forma de disculparse con ellos fuese decir:
«perdóneme vuesamerced, pero hoy no llevo dineros». Que en España, hasta los
mendigos dicen aquello de:
Entre nobles no me
encojo;
que, según dice la ley,
si es de buena sangre el rey
es de tan buena su piojo. 11
que, según dice la ley,
si es de buena sangre el rey
es de tan buena su piojo. 11
Más allá, a la puerta de una bayuca, entre
las mesas con jarras de vino, un anciano de pelo blanco y aspecto hidalgo pide por la doncella(un timo tan frecuente en la época como todavía en
nuestro tiempo el tocomocho) a la busca de un palomo al
que sangrar la bolsa de dineros, o armas
reales. También los de la cofradía del agarro hacen su vendimia: bruhadores y peinabolsas se
dan en gavilla:
Murciélagos de la
garra,
avechuchos de la sombra,
pasteles en recoger
por todo el reino la mosca. 12
avechuchos de la sombra,
pasteles en recoger
por todo el reino la mosca. 12
Muchas del centenar largo de variantes que
en germanía del XVII debe de tener la palabra ladrón según las diversas
especialidades (de puta habrá más de ochenta) se dan en la ciudad, en este
cuartel y en esta plaza: bailes,
caleteros, cicarazates, comadrejas, apóstoles,picadores (que perviven hoy en la palabra piqueros, o
carteristas), lechuzas, cachucheros, alcatiferos, golleros, sanos de
Castilla, farabustes, ciquiribailes, buzos, cherinoles, doctores del araño,
murcios, filateros, águilas de flores llanas. Incluida, entre muchas otras, una que todavía se
usa: juanero.
Ladrón especializado en aliviar de peso, hoy euros como antaño maravedises, los juanes, o juanillos: los
cepillos de las iglesias.
Con el fieltro hasta
los ojos,
con el vino hasta la boca
y el tabaco hasta el galillo,
pardo albañal de la cholla,
columpiando la estatura
y meciendo la persona,
Zampayo entró, el de Jerez,
en casa Maripilonga. 13
con el vino hasta la boca
y el tabaco hasta el galillo,
pardo albañal de la cholla,
columpiando la estatura
y meciendo la persona,
Zampayo entró, el de Jerez,
en casa Maripilonga. 13
Llega así el bravo hasta una taberna, la
que más frecuenta porque el vino es turco (no ha sido bautizado con agua) y porque tiene puerta
trasera por donde guiñarse o alargarse si
a los vellerifes del Sepan Cuántos, o sea, los alguaciles y corchetes de la Justicia (losacerradores o alfileres de la gura), se les ocurre caer por allí con intención de
hospedar por cuenta del rey a algún parroquiano. Entra elrufo en la bayuca retorciéndose los bigotes, el aire peligroso y de
muchos fieros, poniendo el baldeo en gavia, o sea, apoyando la mano en el pomo de la espada para
que ésta le levante la capa por detrás, a lo bravo. Dándose además mucho toldo, porque
nuestro hombre gusta, como todos sus camaradas de la carda (y como todos los
españoles en general), de apellidarse hijodalgo, muy Mendoza y Guzmán y
cristiano viejo por línea directa de los godos. Que en nuestro siglo XVII (y la
cosa estuvo lejos de terminar ahí) hasta los sastres y los zapateros se
colgaban espada y eran don Fulano y don Mengano.
Lo que tampoco se resume mal en aquellos
otros versos lopescos que no han perdido, por cierto, su vigor ni su sentido en
cuatro siglos:
¡Oh, españoles
fanfarrones,
todos voces y palabras!
Nidos sois de la soberbia,
allí le nacen las alas. 15
todos voces y palabras!
Nidos sois de la soberbia,
allí le nacen las alas. 15
Pero volvamos al bravonel. Por muchos
dones y fieros que se ponga, nuestro jayán es alfarachado de
cuna, tinto en lana y de Lavapiés; barrio que con La Heria de Sevilla, el
patio de los Naranjos y el corral de los Olmos de esa misma ciudad, el Potro de
Córdoba y los Percheles de Málaga, entre otros sitios ilustres, ha dado a
España y al mundo lo mejor de cada casa en los siglos XVI y XVII: la nata de lachanfaina.
Es de los que tienen a honra decir, y dice:
Y más que ya probé el Potro,
comí chufas en Valencia,
y en el corral de los Olmos
aprendí chanzas y levas. 16
comí chufas en Valencia,
y en el corral de los Olmos
aprendí chanzas y levas. 16
O de esos cuya biografía es honrada con
versos como estos otros:
Nació en Córdoba la llana
de un ventor y una gitana;
creció el chulo y dio en valiente
entre germanesca gente. 17
de un ventor y una gitana;
creció el chulo y dio en valiente
entre germanesca gente. 17
El caso es que entra nuestro matante como
quien es, y se para a lo escarramán, las piernas muy abiertas y echada la cadera, mirando
alrededor con ese aire entre receloso, fanfarrón y avisado que los de su oficio
llaman a medio mogate. Saluda a la amontonada
valentíaque allí anda piando de
la bufia, y
la jábega le
responde grave con mucho vuacé y uced y camarada, pronunciando las palabras a lo gayón,muy
puestos en garla de
jaque. Son de los que cantan:
Vino y valentía,
todo emborracha;
más me atengo a copas
que a las espadas.
Todo es de lo caro,
si riño o bebo,
con cirujanos,
o taberneros. 18
todo emborracha;
más me atengo a copas
que a las espadas.
Todo es de lo caro,
si riño o bebo,
con cirujanos,
o taberneros. 18
Y que don Francisco de
Quevedo, el poeta, describe así en una de sus jácaras:
Matadores como
triunfos,
gente de la vida hosca,
más pendencieros que suegras,
más habladores que monjas. 19
gente de la vida hosca,
más pendencieros que suegras,
más habladores que monjas. 19
Se sienta nuestro rufo con
otros dos matachines que,
como él, viven a lo de Dios es Cristo y, a fuer de tales, cargan sobre el hígado más hierro
que las rejas de la cárcel de Sevilla, amén de capas fajadas por los lomos, jubonazos de estopa más
agujereados que el cedazo de la Méndez, chapeos con las faldillas altas por delante, bigotazos
de ganchos y tatuajes en los dorsos de las manos de uñas tan negras como sus
almas. Pide vino para él y aquí, los valentachos, y algo de muquir, que su estómago
mocho tiene boque, es decir, hambre. El vino se lo traen aguado, o sea, cristiano; protesta
el bravo con mucho pardiós y pesiatal, diciendo
que esa afrenta a un hidalgo no se viera ni entre luteranos. Al cabo traen otro
vino, esta vez tan satisfactoriamente infiel como arráez de gurapa (de
galera) argelina. Lamufla, que
llega al poco, consiste en un guiso de gallina, a la que el bravo se refiere
como gomarra (aún
se llama hoy a los robagallinasgomarreros) y una escudilla de quemantes crudos:
de ajos. Embucia con
apetito el recién llegado y sorben los tres como para quitarse las pesadumbres,
limpiándose los bigotes entre tiento y tiento, bien a gusto:
Aquí paz y después
gorja.
Más vino han despabilado
que en este lugar la ronda,
que un mortuorio en Vizcaya
y que en Ambers una boda. 20
Más vino han despabilado
que en este lugar la ronda,
que un mortuorio en Vizcaya
y que en Ambers una boda. 20
Mientras azumbran, los
tres bravotes garlan de
la vida y de sus cosas. Que si dicen en las gradas que el turco baja o sube.
Que la coimade
Fulano tiene mal francés y
le ha pegado las melacotufas a
su engibacaire.
Que a Zutano le trincharon los aparejos el
otro día, porapitonarse con
un rajabroqueles que le salió rápido de aceros. Que a Mengano, por no
sobornar a un alguacil (por no ensebarle
la palma almayoral de la güerca), le acanelonaron un jubón de pencas, de latigazos, paseándolo por las calles acostumbradas, y salió luego de ajoen la ristra
de la chusma, camino del Puerto de Santa María, para muflirse, o
sea, comerse, tres años cosido al palo de batanear
sardinas.Que, como dice el entremés de la Cárcel:
Plaza, plaza al
comisario
de las jaulas de la mar,
que lleva a encerrar calandrias
porque cantaron acá. 21
de las jaulas de la mar,
que lleva a encerrar calandrias
porque cantaron acá. 21
O aquella carta famosa del
Escarramán a su daifa, la
archifamosa Méndez:
Y el caso es que allí rema el camarada, graduado de pencas, como quien dice, al grito todo el día de ropa fuera y boga larga, la espaldabien amapolada de alamares por el corbacho del cómitre. Que rascarse y bogar, todo es empezar:
Envíanme por diez años
(¡sabe Dios quién los verá!)
a que, dándola de palos,
agravie toda la mar. 23
(¡sabe Dios quién los verá!)
a que, dándola de palos,
agravie toda la mar. 23
Luego recuerdan a Perengano, que andaba
escondido, o sea, a sombra de tejados desde que con otros camaradas le afufó el
ánima a un corchete: a un alano de
la gura.
Al pobre Perengano lo acerró por
fin el árbol seco (la Justa, la Justicia) saliendo de la iglesia donde se había llamado a altana. En el estaribel (palabra que sigue en uso en el golfaray del siglo xxi
para designar la cárcel) le pusieron cuerdas y clavijas sin ser guitarra; y, como al Maladros del romance:
Mandáronle que declare
lo que debe en este trato.
Maladros responde: «Iglesia»,
sin responder otro garlo. 24
lo que debe en este trato.
Maladros responde: «Iglesia»,
sin responder otro garlo. 24
Y de ese modo, el bravonel se comió tres ansias (es
decir, tres tormentos de agua y cordel) como un grande de España, sin berrearse de
los camaradas (ese berrear por
delatar también sigue hoy en vigor); y allí sigue el león, embanastado pero
con la sin hueso, la
lengua, ensoniche. Cosa muy de elogiar, por cierto. Que negar cuando se
anda en tratos de cuerda es de godos, y para ejemplo, Grullo:
A Grullo dieron tormento,
y en el de verdad de soga,
dijo nones, que es defensa
en los potros y en las bodas. 25
y en el de verdad de soga,
dijo nones, que es defensa
en los potros y en las bodas. 25
O aquel otro quevedesco que decía:
Tienen la tirria conmigo
los confesores de historias;
mas sólo Iglesia me llamo
pueden hacer que responda. 26
los confesores de historias;
mas sólo Iglesia me llamo
pueden hacer que responda. 26
Amén que el son y
el soniche (que
de las dos formas se llama al silencio), aparte de ser saludables para la honra
de la gente de la hojarasca encarcelada en la casa fosca (la cárcel, otrosí llamada caponera, cesto de culpas, casa de poco pan y bolsón
de la horca) lo son también cuando a uno le quitan
los cascabeles (o
sea, los grillos y
las cadenas) y lo desembanastan, y una vez en la calle tiene que dar cuentas a los
camaradas de lo que dijo y de lo que no dijo. De rijón (sí)
a nejo (no)
va un abismo; y más teniendo en cuenta que cuando se es fuelle de
fraguas ajenas o abanillo de chimenenas (es decir, delator o soplón), cualquier bramo acabas
pagándolo con lagorja. Y además, qué diablos. Puestos a garlar, si
no queda otra, para un hidalgo las mismas letras tiene un no que un sí.
Bien remojada la palabra, los tres
escarramanes tratan de su oficio. Son malos tiempos, por vida del rey de copas. Como dice el baile:
Todo se lo muque el tiempo,
los años todo lo mascan.
Poco duran los valientes,
mucho el verdugo los gasta. 27
los años todo lo mascan.
Poco duran los valientes,
mucho el verdugo los gasta. 27
Eso, en cuanto al oficio y los camaradas.
En cuanto a las coimas, o
sea, las yeguas que
cada cual tiene en la dehesa, las cosas tampoco van muy bien. Sus hembras, que
responden a los ilustres nombres de Blasa Pizorra, Gananciosa y Marizápalos,
apenas rinden resullo(dinero).
Últimamente no trotan más
que de baratillo, con balhurria, y
el poco socorro que
aportan con el trabajo de su broquel (oguzpátaro, para entendernos, aunque hay otros nombres; y permitan
que me quede ahí), ese dinero se les va a ellos alijando la nao, o sea, gastándoselo, en el garito, con la desencuadernada (los naipes) o con los dados: los huesos de Juan Tarafe. Y
del oficio de valentía, para qué hablar. Fatal. O sea, agua y lana.
Uno de los jaques, la cara persignada por varios araños, se queja de que ayer mismo uncabestro (un marido barbado, o sea, un cornudo, o cartujo) pretendía una hurgonada (una estocada) al querido de su legítima por lafardía
ledra de veinte míseros ducados. Una vergüenza, se lamenta
otro compadre. A él le ofrecieron hace una semana, explica, veinticinco ducados
por trincharle las asas (las
orejas) y treinta por calaverar (cortar
la nariz) a un galán que ponía (observen hasta qué punto el golfaray del XVII
trabajaba también lo culto) aljófar en alcatara ajena. Por vida de Roque, adónde vamos a parar, se
lamentan los tres bravos. Ni entre turcos o herejes viérase tal desprecio por
las maneras y el oficio de valentía. Por ese argén, matiza
uno, no hay hombre de bien que desenvaine la fisberta.
Lo más que puede ajustarse por veinticinco granos es
un signum crucis: un chirlo en la cara. Un tajo de diez puntos o, como mucho, un beneficio de
doce, e incluso una cruzada de oreja a oreja: de aldaba a aldaba. Así se lo dije albacalario, responde el primer rufo. Dije nones.
El hijo de mi madre no trincha una calle
del tabaco, o sea, una nariz, por menos de cuarentacruzados.
Se me apitonó el
cliente muy Bernardo, echamos
verbos y a punto estuve de desnudar la de Juanes y atarascarlo a
él, dándole su ajo, pero gratis. Que, como dicen los valientes:
En fin. Que son malos tiempos, se quejan
de nuevo los compadres, besando el jarro. Mundo mundillo, protesta uno; nacer
en Granada y morir en Trujillo. Parlan luego de tiempos gloriosos, cuando el
Escarramán, y Gonzalo Xeniz, y Gayón el de la mojada (la
cuchillada) famosa, y otros bravos respetados y triscadores, que
no cenaban liebre ni gallina, ni temblaron nunca sino de frío. Como, sin ir más
lejos, Ginesillo el Lindo, que floreaba a primera vista dando
astillazo porque parecía alcorza, tan rubio y blanco de piel, de los que cuentan (ahora diríamosde los que entienden); pero que
en realidad era caimán ahigadado, fácil de centella (de espada) y de filoso (de puñal) como el que más; y que metió mano a la blanca e hizo cecina a
un corchete, afufándole el ánima porque éste lo llamó puto en público. Pues,
como dice el entremés famoso:
Comentan también el caso de Tomás Mojarra,
un arrojado de braveza al que dieron
de agudo en una cascarada desabrigándole el resuello con dos palmos de toledana: al
verse descosido el cofre de los molletes, hecho un eccehomo en un charco de colorada y sintiendo que se
iba por la posta, pidió confesión y óleos; pero luego, cuando llegó el
dómine con los avíos, viendo que había conocidos entre la concurrencia, se lo
pensó mejor y se negó a cantar en la última ansia, a confesar, diciendo que no era de hidalgos berrearle como
una calandria a
última hora al coime de las Clareas, o sea, a Dios, lo que tantas veces había callado en el
potro. Aunque, puestos a hablar de bravos con hígados, no podía olvidarse a
Nicasio Ganzúa, prestigioso archimandrita de la Heria, espejo de crudos, buen
tajador y azote de garitos y pinares (mancebías) que despachó a su propio padre, y a dos
que pasaban por allí, sólo porque el padre le dijo «mientes por la barba». Ganzúa era de esos de los que se cuenta:
Con una daga que le sirve de hoja,
y un broquel que pendiente tray al lado,
sale con lo que quiere o se le antoja. 30
y un broquel que pendiente tray al lado,
sale con lo que quiere o se le antoja. 30
Con Ganzúa, la noche antes de su ejecución
en San Francisco de Babilonia, a
orillas del Betis, ciudad que es Chipre
de los valientes, los camaradas echaron
tajada (que así se decía a acompañar al amigo que iba a ser
ejecutado al día siguiente) confortándolo en el banasto (otrena, como aún decimos después de cuatro siglos) con mucho
azumbre de lo fino y guitarras:
Ése era el ambiente, recuerdan los tres
bravos. Y Ganzúa, como quien era, estuvo jugando a las cartas todo el rato y
haciendo la razón a los amigos, alzado
de empeine. Es decir, con muchos argamandijos (o redaños) y con mucha flema, hasta el alba (seis
granos juego,matantes tengo, voy
con la puta de oros, alce
vuacé por la mano, envido, malilla y
demás lances de la baraja, o catecismo), diciendo entre naipe y naipe que verse enjaulado no
era injuria, pues enjaulados se tenía a los leones. Y en cuanto a la esquinencia de esparto de la que en la siguiente clarea (al
día siguiente) iba a verse con la Cierta (la muerte, también llamada la Descarnada o
la Chata),
a él, a fin de cuentas, quien lo llevaba al finibusterre era
la justicia real, o sea, el mismo rey; y a eso, dijo, nada tenía que objetar,
pues entruchaba(entendía)
que quien lo sacaba del mundo era el rey en persona, como quien dice, y no un calcirroto cualquiera.
Que, en tal ilustremarrajo como
él, fuera deshonra verse despachado por un don nadie, y que a otro no se lo
hubiera consentido en absoluto. Y con ese talante subió al día siguiente a la
mula como quien va de bureo, retorciéndose
los bigotes y saludando con mucha flema y asaduras a lagavilla que allí se juntaba para ver el espectáculo. Y en el
patíbulo, o sea, en el cabo de Palos, mientras le añudaban
la calle del trago, aún tuvo alforjas para decirle al bederre (al verdugo) que hiciera su oficio bochándolo con
presteza y decoro, porque él no era de los bravos de contaduría que blasonan
del arnés y nunca lo visten, sino
de los que dicen: tenga yo fama y háganme pedazos. Que en vida nadie se la hizo que no la pagase; y si
algún bellaco quedaba, el día de la resurrección de la carne iban a verse las
caras. Y entonces, voto a Dios y a quien lo engendró, daríale tierra hasta el ánima.
Tratan luego de un negocio en curso. Ya
saben vuacedes, dice nuestro bravo, que en España no hay más Justicia que la que
uno compra:
El médico está mirando
cuándo el de a ocho le encajas;
el letrado, cuándo bajas
la mano al párrafo, dando;
el jüez, cuándo le toca
la parte del denunciado;
el procurador no ha dado
paso hasta que el plus le toca;
el que escribe, sólo atiende
cuándo sacas el doblón.
Cualquiera negociación
de sólo el dinero pende. 32
cuándo el de a ocho le encajas;
el letrado, cuándo bajas
la mano al párrafo, dando;
el jüez, cuándo le toca
la parte del denunciado;
el procurador no ha dado
paso hasta que el plus le toca;
el que escribe, sólo atiende
cuándo sacas el doblón.
Cualquiera negociación
de sólo el dinero pende. 32
Y resulta, prosigue, que un profeta, también amparo (es
decir, un abogado) de la plaza de la Providencia, que defiende un pleito
complicado y costoso de los llamados sanguijuelas, afloja el minamayor del cigarrón (el oro de la bolsa) si a un testigo molesto le abren
una buena boca de tarasca para impedir que el cometa, el
testigo, declare ante el juez y el escribano (o, para entendernos, ante el Noli me tangere y el lima
sorda). Que como decían el otro día los
representantes de la comedia nueva de Lope en el corral de la Cruz, en España:
Así que una de estas noches, apunta el
valentón, cuando todo esté oscuro a
boca de sorna, tendremos danza
de blancas, con la ventaja casual de que somos tres a uno (que
hasta para acuchillar a un manco hay que precaverse), y de que el mayoral de alacranesque estos días va de ronda por el cuartel es
amigo, se le ha ensebado la cerra, y no hemos de temer que nos inquiete la gurullada.
Pero si algo sale a ledras, que
nunca se sabe, y durante el negocio asoma la zarza (la
Justicia), cerca tenemos la altana de San Andrés, paratrasponernos y amadrigarse en sagrado, hasta que escampe.
Se levanta nuestro jayán.
Mete, o más bien cala, la cerra (la
mano) en la sacocha y
hace tintinear un Juan Platero sobre
la mesa, también llamado Juan
Redondo:
Pero los dos guiñaroles le
dicen que se guarde el cumquibus, que
hoy pechardinan de manga, o sea, que pagan tomando
la penchicarda. Dicho y hecho. Alzan
la voz los tres y echan verbos como si discutieran, en tono propio de aquella
jácara quevedesca:
¿Tú te apitonas conmigo?
¿Hiédete el alma, pobrete?
Salgamos a berrear,
veremos a quién le hiede. 35
¿Hiédete el alma, pobrete?
Salgamos a berrear,
veremos a quién le hiede. 35
Y en efecto, los tres hampones salen
afuera muy atropellados y sin pagar, como dispuestos a reñir acuchillándose las
asaduras; y una vez en la calle se despiden y se van cada uno por su lado. Que,
como dice el refrán, hombre apercibido, medio combatido.
Una vez solo, camina el bravo por la calle
como si fuera suya, echando bálago y contoneando el navío, el cuerpo, para que resuene toda la Vizcaya que carga
encima, el aire feroz, una mano apoyada en el pomo de la temeraria y
la otra retorciéndose los bigotes. En la calle interroga a un muchacho
desocupado sobre si ha visto por allí a Fulana, su coima, y
el chulamillo responde
que ésta anda en corso tres
esquinas más allá. En este punto conviene precisar, una vez más, que nuestro
bravo no es precisamente de esos que se reconocen cuando en el corral del
Príncipe o el de la Cruz, representando lo último de Tirso, o de Lope, alguien
recita, grandilocuente:
¡Ay, honor, fiero enemigo!
maldiga el cielo tu nombre,
pues no hay hombre a quien no asombre
que el honor pudiese hacer
que flaquezas de mujer
fuesen infamias de un hombre. 36
maldiga el cielo tu nombre,
pues no hay hombre a quien no asombre
que el honor pudiese hacer
que flaquezas de mujer
fuesen infamias de un hombre. 36
Todo lo contrario. La Marizápalos es murciélago de moneda, de esas que saben de coro la cartilla del buscar:
Piensa que somos de aquellas
que infaman este lugar,
que salen a negociar
con la luz de las estrellas.
Que salen, aventureras,
a esta Vega y al Cambrón
a dar público pregón
de sus hermosuras fieras. 37
que infaman este lugar,
que salen a negociar
con la luz de las estrellas.
Que salen, aventureras,
a esta Vega y al Cambrón
a dar público pregón
de sus hermosuras fieras. 37
Y exactamente así encuentra nuestro bravo
a su hembra, mariscando: en
tratos con un cliente a la puerta de la manflota, la mancebía (también llamada aduana porque
nadie pasa adentro que no pague), y decide quedarse por allí, esperando que el palomo se
decida a alojar el caballo en el broquel de la hurgamandera y alcabale los nipos, o dineros. Porque no será nuestro bravote quien impida
a su pencuriaganarse
la vida, y de paso la de él. Que con una hembra como la Marizápalos, que así se
llama la cantonera, es
difícil no caer en la tentación:
Quien no tiene por hazaña
caer, quien se aventuró,
acuérdese, pues se engaña,
que cayó Troya y cayó
la princesa de Bretaña. 38
caer, quien se aventuró,
acuérdese, pues se engaña,
que cayó Troya y cayó
la princesa de Bretaña. 38
Sin embargo, el cliente no se decide a abrochar. Quizá
sea de los que se amapolan ante
una doctora del arte aviesa, o le parecencaricios los dineros que pide la rabiza porque le troten el anca. El caso es que nuestro rufián se impacienta; de manera
que se acerca,arroldanado y bravoso, añusgando (mirando) al mandria muy fijo y muy zaino, con las piernas abiertas al
caminar, andando a lo columpiosin apartar la cerra, la mano, de la amenazadora bayosa que
carga al costado. El otro, que
en cuanto le mira el coram vobis adivina
que el bravo se acerca con las intenciones del turco, parece
hombre de paz y poco amigo de meterse
en baraja: de reñir. Así que, temiéndose un araño, se acatalina y bate talones tomando calzas de Villadiego. O, dicho de otro modo, peñas de longares. Murmurando tal vez entre dientes eso de:
A niños de la doctrina
no pienso pagar la solfa:
música que no he de oílla,
que la pague quien la oiga. 39
no pienso pagar la solfa:
música que no he de oílla,
que la pague quien la oiga. 39
O tal vez aquello otro que decía Juan
Rana:
O, finalmente, en versos rufianescos
cervantinos:
Muerte y vida me dan pena;
no sé qué remedio escoja,
que si la vida me enoja,
tampoco la muerte es buena. 41
no sé qué remedio escoja,
que si la vida me enoja,
tampoco la muerte es buena. 41
El caso es que allí queda nuestro rufo dueño
del campo, y le dice a su gananciosa que palme
el cairo de la jornada, que tiene necesidad de socorro para
unos asuntos. Le entrega la otra el sonante, que no es mucho, lamentándose, la mantilla terciada al
brazo, de la pocapaja que
últimamente mete en el establo; pero es que, señala en su descargo, estos
días está con la camisa, o sea, con la costumbre.
Dices que te contribuya,
y es mi desventura tal,
que si no te doy consejos,
yo no tengo qué te dar. 42
y es mi desventura tal,
que si no te doy consejos,
yo no tengo qué te dar. 42
Pese a las excusas, al engibador le
parece poco dinero; se arrufa, y
para demostrarlo hace ademán de asentarle la mano a la pecatriz.
Déjate de tretas y alicantinas, dice,
y no le hagas cagar el bazo a este león. Que ya me conoces: hay cosas que no sufro
ni en Argel, y cuando se me alborota el bodegón igual atrueno a dos que a doscientos, y soy capaz, pardiez a
caballo, de borrajarte el mundocruzándote con un tajo (persignándote con un signum crucis) esa bonita cara. Así que alonga luengo y gánate tu jornal y el mío si no quieres que te esclisie o
te desoreje trinchándote una mirla. Todo eso se lo dice con la cerra derecha
en alto, como si fuera a jugar
de abejón sacudiéndole el balandrán a la acechona, que se amilana y llora (acebolla
los columbres) vertiendo abundante clariosa de
los lagrimales porque teme una turronada. Pero el jaque amaga y no da. Pese a sus fieros, en
el fondo le tiene ley a su cisne. Cuando se pone tierno, cosa que ocurre sólo muy de
vez en cuando, le recita junto al asiento
de las arracadas aquello de:
O eso otro de:
La iza es, con perdón, más
puta que la Caba Rumía; pero
eso sí: cumplidora, limpia, ambladora y muy buena (muy godeña) en el oficio
trotón. No como las trongas, abadejos y calloncos que trabajan para rufeznos traspillados (y tal vez la palabra callonco haya
llegado hasta nuestros días abreviada en callo, a veces acompañada del adjetivo verbenero: callo verbenero). El caso es que, volviendo a nuestro bravo y a su
iza, ésta no es como esas grofas
de todo trance a las que, por volver a decirlo en germán culto, o
casi, aceitan de almendras el alhorce por cuatro blanquillas; sino de
tan buen aspecto, en opinión de su hombre, que podría pasar por tusona de
categoría, de las que frecuentan condes y marqueses de mucho toldo. Y tan
dispuesta a lo suyo, además, que de quedarse preñada (cosa que evita una vieja cobertera de
la vecindad), podría decírsele lo del romance aquel de don Francisco de
Quevedo:
Fuimos sobre vos, señora,
al engendrar el nacido,
más gente que sobre Roma
con Borbón por Carlos Quinto. 45
al engendrar el nacido,
más gente que sobre Roma
con Borbón por Carlos Quinto. 45
El caso es que, asentada su autoridad, el
germán se embanasta la pecunia, le
palmea el buz (o
retaguardia) a la daifa y la deja seguirruando, no sin que antes ésta lo llame cherinol de
mi corazón, flor de la altana, cosario de
mis columbres, abrigo de mis criojas y (en plan más íntimo) ballestazo de
mi broquel, califique
su boca de arcaduz de
mi dicha, y sus ojos de quemantes
de mis asaduras. Que, en la España del
Siglo de Oro, las bachilleras del abrocho no necesitan leer a don Luis de Góngora para enjaezarles las escarpias, o sea, halagarles las orejas, a los gallos (a los caporales) de
sus entretelas.
Se encamina nuestro bravo a la casa de conversación, es decir, al garito, no sin hacer antes viacrucis colando calles por las tabernas, o sea, por las alegrías y consolatorias que le pillan de camino, haciendo suyo aquel higiénico
y casi filosófico principio de:
Seguro de eso, el bravonel escurre el barroso, o el barro, o el estaño, que en todo puede ir el vino, con algunos conocidos piadores que
por allí pastan, haciendo la razón, o brindis, o dominus vobiscum. (No sorprende, por cierto, la presencia de tantos
cultismos en el golfaray de la época, si tenemos en cuenta que Italia estaba
muy presente en la vida española, que el teatro, la jácara, las canciones y los
romances callejeros eran populares, y que la participación del pueblo en la
vida religiosa hacía de uso común, burlesco a veces, no pocas expresiones
latinas.)
Volviendo junto a nuestro bravo, y bien
remojadas por éste la obra y la palabra, lo vemos llegar por fin a la casa de tablaje, y entrar:
El garito, todo hay que decirlo, no es coima de minoribus, o de
poquito, ni antro de baratillo, sino coima
de maioribus frecuentada por gente de calidad, donde se dan astillazos bien godizos, a lo grande, y lo mismo ruedan brechas, o
dados (también llamados albaneses, hormigas, astas, peste, cuadros o Juan
Tarafe), que se ara con bueyes: nombre este que los germanes como el que nos ocupa dan
allibro real, o baraja, también llamado desencuadernada además de catecismo. En el garito se juegan lo mismo quínolas, polla y cientos, que son juegos de sangría lenta, donde un palomo sangra
el argento poco
a poco, que el siete,
el reparólo y
otros juegos de los llamados de
estocada, por la rapidez con que dejan a un hombre sin dinero,
sin habla y sin aliento. A fin de cuentas, la comparación no es ociosa, y ya lo
dijo Lope:
Como el sacar los aceros
con quien tuviere ocasión,
así el jugar es razón
con quien trajere dineros. 49
con quien tuviere ocasión,
así el jugar es razón
con quien trajere dineros. 49
Sólo que en este caso, como es costumbre
en los garitos para evitar males mayores, las armas se dejan al portero, pues
en gente poco sufrida como la española, y más si es del hampa, los dimes y
diretes suelen terminar a cuchilladas. Así, destocado del gavión, o
chapeo, y de la red, la
capa, y aliviado de hierro (aunque conserva el desmallador escondido
en la caña de la grulla)
pasea el valentón entre la media docena de mesas, rumor de conversaciones, ir y
venir de tahúres, mirones y entretenidos que despabilan velas y cumplimentan a
los que ganan, en busca de propina, o barato. En las mesas, alrededor de las cartas y de los dados
que ruedan, se oyen suspiros, jaculatorias y pardieces. Sobre todo esto último:
juramentos de los que alijan el navío. O sea, los que palman, o más bien, aquellos a quienesdespalman:
Veinte escudos que tenía
de mi amo le he jugado
con un fullero taimado,
pensando que no sabía.
Por la compuesta le alcé,
y tanto del juego ignoro,
que, de veinte escudos de oro,
con uno me levanté. 50
de mi amo le he jugado
con un fullero taimado,
pensando que no sabía.
Por la compuesta le alcé,
y tanto del juego ignoro,
que, de veinte escudos de oro,
con uno me levanté. 50
En ese ambiente de tipos gariteros (sages, vivandores, coimeros,
templones, cercenadores, caballos, astilleros y dancaires), nuestro bravo encuentra a algunos conocidos,
mirones y prestamistas del garito, llamados tomajones, que
lo abrazan. Y responde a tanto afecto con tiento, recordando que en lugares
como ése, españoles todos a fin de cuentas:
Cuando te abracen, advierte
que segadores semejan:
con una mano te abrazan,
con otra te desjarretan. 51
que segadores semejan:
con una mano te abrazan,
con otra te desjarretan. 51
Se juega nuestro bravo el cumquibus de
su daifa, evitando
las mesas donde fulleros de él conocidos, doctores
de la valenciana expertos en ahuecar el as, el rey, el siete o la sota
en forma de teja o boca de lobo, astillarlo con
una marca o un raspado o hacerle la ceja para reconocerlo, despluman a chapetones incautos
con barajas a las que también llaman huebras. Llevan éstas los naipes (los bueyes)
preparados y llenos de trampas, o flores, que son tan infinitas como el ingenio (berrugueta, ballestón, tira, cristalina, alademosca,
panderete) y que parecen directamente salidas del popular romance
de Perotudo:
Diez huebras lleva de bueyes;
cada cual es con su flor,
con la raspa y cortadillo,
tira, panda y ballestón. 52
cada cual es con su flor,
con la raspa y cortadillo,
tira, panda y ballestón. 52
Prueba primero nuestro bravote con los
dados, a los que él llama brechas. Ruedan en su contra, así que piensa que están cargados o
tal vez amolados: Mira
mal al brechador, a
quien le resbala, y decide cambiar de aires antes de que lo dejen en cordobán. Se va a una de las mesas de las cartas donde se aran quínolas y cuaja
conversación, que así se dice a empezar a jugar. Pero hace agua, o
sea, pierde más que gana. Y como no es de
los que callan como en misa, termina jurando a los doctrinales. O, dicho de otro modo, a echar mantas y no de lana, renegando
del papo de Adán y del broquel de Eva.
No se fía del tahúr que lo despluma, y lo observa con mucho cuidado intentando descornarle la flor, atento a si hace amarre (que es trampa para que salga cierto naipe), o retén (también
llamadosalvatierra), reteniendo el siete de matantes, o
de espadas, que en germanía se conoce como setenil, ronda o cueva del becerro. Carta esa, o buey, que a nuestro bravo le permitiría cambiar su suerte.
Pero no lo consigue. Sigue perdiendo, y añusga de mala manera al fullero, que con mucha desvergüenza
le sostiene la mirada. Sin duda es brujulero fino, de esos de los que puede decirse:
¡Vive Dios, que no hay mayor
bellaco desde aquí a Roma!
¡Qué bien unos naipes toma,
qué bien sabe cualquier flor! 53
bellaco desde aquí a Roma!
¡Qué bien unos naipes toma,
qué bien sabe cualquier flor! 53
Viendo su dinero más perdido que el alma
de Judas, se arrufalda nuestro
bravote; más por no poder probar la flor que porque se la hagan. Aunque empieza
a olerse que la alicantina se
la fragua un doble del
fullero, que a su espalda, dándoselas de curioso, puede estarle haciendo el espejo de Claramonte, pasándole al otro señas para soplarle los palos vacíos (el
cinco de bastos), la calle del puerto (el seis de copas) y la puta de copas (la sota) que
nuestro bravo tiene en las manos y que el otro le avizora, o columbra, por
encima del hombro. Al fin se vuelve el rufo a decirle al apuntador que se quite de ahí. Echan verbos y mentís por la gola, y al cabo hace nuestro león ademán de meter mano a la temeraria que
no carga, porque se la dejó al portero. Dicen de salir a reñir afuera. Tercian
los conocidos y también elcoimero, el
dueño del garito, pidiendo que no
se alborote el aula; y
al fin, nuestro bravo observa que el fullero y su contrayente (hoy
todavía se usa la palabra consorte para cómplice) son hombres avisados y no están solos,
sino que tienen cerca una camada de cuatro o cinco campeadores de garulla, allí llamados padrinos o ángeles
de guarda, por si las cosas se complican y hay que darle a
alguien en la calle un catorce, o
un antuvión de
esos que llaman conclusión o mojada de cien reales. El caso es que, como las reglas de los queprofesan
de braveza dicen valientes pero no tontos (o sea, crudos pero no badajos), nuestro Roldán decide que peñas y buen tiempo. De manera que se va hacia la puerta como si tuviera
algo importante que hacer, tocándose el cinto cual si lamentara no ir de hierro
hasta las cejas. Y allí, muy arrojado
de chanfaina, se vuelve a medias y le dice al mozo de la puerta: «Cuerpo de Mahoma, juro a dix y vive Dux, juro por mis
dos y por mis cuatro que si no tuviera un asunto urgente, voto al cinto, desataba
la sierpe y le contaba los botones con mi temeraria a más de un bellaco. Por
vida del rey de espadas (que de España iba a decir) que no hay bastantes
hombres aquí para quien, como yo, ha reñido cien veces y matado a quinientos, y
eso en ayunas. A fe de quien soy, y no digo más. Y quien dijese lo contrario,
miente».
... Y luego, encontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. 54
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. 54
Muchas gracias.
NOTAS
2. Quiñones de Benavente, Luis: «Jácara de doña Isabel,
la ladrona», en Entremeses, loas y jácaras, Madrid: Alfonso Durán, 1872, t. I, p. 358. [VOLVER]
3. Lope de Vega, Félix: Los milagros del desprecio, en Obras
de Lope de Vega publicadas por la Real Academia Española, Madrid: 1916-1930, t. XIII, p. 2. [VOLVER]
4. Calderón de la Barca, Pedro: Mejor está que estaba, en Comedias
escojidas de don Pedro Calderón de la Barca, t. IV, Madrid: Imprenta de Ortega, 1833, p. 144.[VOLVER]
5. Calderón de la Barca, Pedro: El alcalde de Zalamea, ed. J.M. Díez Borque, Madrid: Castalia, 1989, p. 134,
vv. 197-200.[VOLVER]
6. Lope de Vega: «Loa famosa en alabanza de la espada»,
en Cotarelo y Mori, Emilio: Colección
de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas, Madrid: Bailly-Baillière, 1911, vol. 2, p. 414.[VOLVER]
8. Quevedo, Francisco de: Obra poética, ed. de J.M. Manuel Blecua, Madrid: Castalia, 1969. Aquí,
865, «Los valientes y tomajonas» (baile), vv. 137-140.[VOLVER]
9. Calderón de la Barca, Pedro: Guardadme las espaldas (entremés), en Entremeses
jácaras y mojigangas, ed.
de Evangelina Rodríguez y Antonio Tordera, Madrid: Castalia, 1982, p. 222, vv.
175-178. [VOLVER]
12. Quevedo, Poesía... 853, «Villagrán refiere sucesos suyos y de Cardoncha»
(jácara), vv. 25-28.[VOLVER]
14. Lope de Vega, La
paloma de Toledo, en Obras de Lope de Vega, ed. M. Menéndez Pelayo, Madrid: Atlas, 1968, t. XXII,
p. 309.[VOLVER]
17. «Quintillas de la heria» en Poesías Germanescas, ed. John M. Hill, Indiana University Press, Humanities
Series, nº 15, Bloomington, 1945, pp. 38-39, vv. 16-19.
Naçio en Cordoba la llana
de vn ventor y una jitana;
crezio el chulo y dio en valiente
entre jermanesca jente. [VOLVER]
de vn ventor y una jitana;
crezio el chulo y dio en valiente
entre jermanesca jente. [VOLVER]
19. Quevedo, Poesía... 853, «Villagrán refiere sucesos suyos y de Cardoncha»
(jácara), vv. 21-24.[VOLVER]
21. Quiñones de Benavente, Luis, «Entremés cantado: la
visita de la cárcel», en Cotarelo y Mori, Emilio, op. cit., vol.
2, p. 513.[VOLVER]
24. «Romance de la vida y muerte de Maladros», en Hidalgo,
Juan, Romances de germanía de varios autores con el
vocabulario por la orden del a.b.c. para declaración de sus términos y lengua, Madrid: Antonio de Sancha, 1779, p. 101.[VOLVER]
25. Quevedo, Poesía... 853, «Villagrán refiere sucesos suyos y de Cardoncha»
(jácara), vv. 145-148.[VOLVER]
26. Quevedo, Poesía... 853, «Villagrán refiere sucesos suyos y de Cardoncha»
(jácara), vv. 81-84.[VOLVER]
28. Hurtado de Mendoza, Antonio, El ingenioso entremés del examinador Miser Palomo, en Cotarelo y Mori, Emilio, op. cit.,
vol. 1, p. 326.[VOLVER]
30. Cervantes, Miguel de, El rufián dichoso, ed. Florencio Sevilla, Madrid: Castalia, 1997, p. 123,
vv. 507-509.[VOLVER]
31. Quiñones de Benavente, Luis, «Jácara nueva de la
plemática», en Cotarelo y Mori, Emilio, op.
cit., vol. 2, p. 842.[VOLVER]
43. «Romance de la vida y muerte de Maladros», en Romances de germanías, op. cit., p.
109-110.[VOLVER]
44. «Apartamiento de Pedro de Castro y Catalina», en Romances de germanías, op. cit., p. 57.[VOLVER]
51. Quevedo, Poesía... 726, «Instrucción y documentos para el noviciado de la
Corte», vv. 45-48.[VOLVER]
54. Cervantes, Miguel de, «Al túmulo del rey que se hizo
en Sevilla», en Obras completas, ed. Florencio Sevilla, Madrid: Castalia, 1999, pp.
1179-1180.[VOLVER]
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