Los sueños, esa otra vida secreta que tenemos por las noches, siempre han
fascinado a los seres humanos. ¿Por qué soñamos? Lo cierto es que no se sabe
con seguridad. A lo largo de la Historia se han barajado diversas explicaciones
a ese conjunto de imágenes tan raras y tan vívidas que de repente se nos
encienden en la cabeza mientras dormimos. Lo más tentador, naturalmente, ha
sido considerarlos un mensaje del otro mundo, puesto que la vida dormida parece
una existencia paralela, más allá de las fronteras de lo real. Santones,
adivinos y profetas han visto en los sueños su teléfono directo con las
divinidades, la vía más idónea para recibir los mensajes sagrados. Pero no es
necesario ser un gurú profesional para ponerse a interpretar los propios sueños
como un desasosegante aviso de ultratumba. Calpurnia, la mujer de Julio César,
tuvo repetidas pesadillas que le hicieron colgarse del cuello de su marido
implorándole que no acudiera al Senado el día que fue asesinado, o eso cuenta
la conocidísima leyenda (claro que quizá la buena señora fuera una paranoica y
se le colgara del cuello cada vez que salía de casa, las leyendas nunca cuentan
los pronósticos fallidos); y los guerreros del pasado, desde Alejandro el Magno
a Solimán el Magnífico, solían mostrar una inquietante tendencia a soñar
estrategias y augurios en la víspera de las grandes batallas. Cosa que por otra
parte no me extraña, porque incluso hoy resulta difícil escapar por completo de
la pegajosa verosimilitud que tienen algunos sueños, del temor ancestral e
irracional a que sean un presagio.
Luego está la parte interpretativa de la psique, el simbolismo freudiano
del inconsciente. También en este territorio ha habido mucha basura, muchos
manuales absurdos que aseguran, por ejemplo, que soñar con fuego tiene
connotaciones sexuales u otras tonterías semejantes. Pero si se intenta
comprender de forma rigurosa qué representa cada sueño para cada persona, creo
que la interpretación puede tener bastante sentido. Porque los sueños nacen del
inconsciente, o al menos mantienen un contacto más directo con él, más libre de
represiones y controles; así que resulta razonable pensar que nuestros sueños,
o al menos algunos de ellos, nos describen de una manera simbólica y profunda.
Que hablan de nuestras angustias y de nuestros deseos, aunque a menudo no
sepamos comprenderlos. Quiero decir que son una especie de lenguaje. Confuso y
aproximativo, pero lenguaje.
Aunque todavía no hay una explicación científica definitiva sobre la causa
de los sueños, las últimas y más plausibles teorías apuntan al hecho de que
esas imágenes intensas que tantos santones tomaron por la voz de Dios son en
realidad la basura del cerebro, una descarga de nuestro sistema neuronal.
Mientras dormimos, el cerebro sigue activo y se “limpia” automáticamente, como
el ordenador que se queda autoanalizándose mientras nosotros nos vamos a la
cama. Lo cierto es que necesitamos los sueños de manera esencial; diversos
experimentos han demostrado que, si se permite dormir a los sujetos pero se les
impide soñar (un 25% de nuestras noches las pasamos soñando y esos periodos son
identificables por los rápidos movimientos de los ojos bajo los párpados
cerrados), a los pocos días los individuos están agotados y padecen claros
desequilibrios psíquicos. Soñar regula nuestra mente.
Pero para experimento
espectacular y espeluznante, el que acaban de hacer en el Laboratorio de
Neurociencia Computacional ATR de Tokio, según recoge la revista Science.
Un tal Yukiyasu Kamitani convenció no sé cómo a tres pobres sujetos a que se
prestaran a la tortura de pasarse largas sesiones de tres horas al día, durante
diez días, metidos dentro de un claustrofóbico y ensordecedor tubo de
resonancia magnética. Cuando los sujetos se dormían en el tubo, pese a todo
(supongo que se someterían a un drástico programa de vigilias para lograrlo), y
empezaban a soñar, los investigadores los despertaban y les pedían que
describieran las imágenes oníricas que estaban teniendo. Este proceso se
repitió hasta 200 veces con cada sujeto. Y ahora viene la parte aterradora y
despampanante del experimento: cruzando por ordenador los gráficos de la
resonancia magnética con los contenidos expresados por los durmientes, Kamitani
ha logrado “adivinar” con un 60% de acierto en qué estaban soñando sus sujetos
con sólo ver el dibujo de las ondas cerebrales. Si estos resultados son
fiables, lo que implica es tremendo: sería el primer paso para conseguir una
máquina capaz de leer los pensamientos. Al final va a ser verdad que los sueños
son la llave de nuestra mente.
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